martes, 27 de octubre de 2015

Amanda Porter "Capítulo 3"

10:35h "Colegio Privado St. Lorens"

Samuel se peleaba con Aarón, un compañero de clase. Discutían por aclarar quién de ellos era el propietario del borrador de la pizarra. La maestra había salido un momento para atender una llamada. Aarón golpeó a Samuel con el borrador, impactó por el costado de madera del objeto en su frente, le hizo una pequeña herida, nada grave. Ambos se quedaron castigados en clase, mientras, el resto disfrutaba de la hora del recreo. Codo con codo, Samuel y Aarón copiaban cien veces; "No volveré a pelear con un compañero".

Samuel se dirigió a Aarón, en voz baja, mientras la maestra corregía exámenes en su mesa.

- Te mataré, cabrón...

Era una de esas cosas que suelen decirse los niños de once años, pero aquellas palabras en boca de Samuel sonaron del todo convincentes y aterradoras. Aarón se asustó de verdad.

* * *

Amanda llevó de nuevo a Samuel al colegio, tras comer en casa de su suegra. Aquel mediodía de nuevo hubo una fuerte bronca entre ellas.

En el coche, camino del colegio privado St. Lorens...

- ¿Una caída, Samuel? ¿Me tomas el pelo?

- No iba a decir otra cosa delante de la abuela.

- ¿Quién ha sido y por qué?

- Un chico, pero tranquila mamá, lo solucionaré.

- Bien, hijo.

* * *

Tras dejar a su hijo en el colegio y antes de regresar a su puesto de trabajo, Amanda fue a su casa. Le había enviado un mensaje de texto a su marido y este confirmó su presencia en el hogar.

- George, te vi en la librería. Pensé que me comprarías un libro por mi cumpleaños. Que ilusa que llego a ser, y para postre hoy tu madre me ha vuelto a sacar de quicio.

- ¿Ilusa? Ese no es el término correcto. Fantasiosa, eso diría yo. ¿Debemos fingir lo que no somos?
¿Debe importarme un carajo que sea tu cumpleaños? ¿O que hayas discutido con mi madre? ¡Estoy harto de seguirte el hilo, Amanda! Delante de los niños tiene un pase, pero cuando estamos a solas ya no debemos continuar con nuestros papeles teatrales. No somos un matrimonio feliz, ni tan siquiera somos un matrimonio. ¡Nunca lo hemos sido, joder! Solo somos dos necesitados cumpliendo con su deber para que no nos falte aquello que precisamos.

Amanda salió de su aletargada ensoñación con aquel vómito de realidad, propina de George.

- Tienes razón, lo siento. Me voy, llegaré tarde al trabajo.

- Eso, vete.

* * *


20: 30h "New Post Seattle"

En el edificio no quedaba nadie, los encargados de la limpieza ya habían marchado. En la tercera planta, en la cafetería, completamente solos se hallaban, Amanda Porter y Peter Mitch.

Aquel día, Peter, ni se había acercado a más de tres metros de Clarice Hellington. Ansiaba lo que podría ofrecerle Amanda en aquel momento.

Ella se desabrochó los dos primeros botones de su camisa blanco nuclear y contoneó las caderas de camino hacia él.

Peter cuando la tuvo lo suficientemente cerca la agarró del trasero, la apretó contra su cuerpo y la miró fijamente a los ojos.

- Te voy a hacer mía, putita.

El castañazo que le dio en la cabeza con la tocha grapadora de acero fue monumental, una brecha de medio palmo se abrió en el lado izquierdo de su frente y la sangre brotó a borbotones. Una cascada de flujo bermellón resbaló, empapando el pecho de Peter por completo. Cayó al suelo ipso facto, inconsciente.

Amanda limpió todo con total meticulosidad. Borró la sangre y las huellas de aquel lugar con profesional precisión.

Peter abrió los ojos y se encontró maniatado y amordazado a la silla de su mesa de trabajo, frente a su ordenador encendido.

Amanda agarró su móvil y marcó un número.

- Tengo a Peter, ya puedes venir, procura no despertar a tu padre ni a tu hermano.

- Como siempre, mamá, descuida.



Continuará...









miércoles, 21 de octubre de 2015

Halloween

- Esta noche caerás rendido a mis pies.

Ante mí, en el espejo, lucía Jack Skellington desfigurado, demacrado por el abrasador aire del lugar y los insanos efectos del alcohol.

Carol Anne agarró mi mano y me condujo hacia la luz, se detuvo frente al televisor, emitía una deslumbrante niebla, pude sentir la dilatación de mis pupilas con el desgarro de mis córneas.

Palpitaban mis globos oculares al son de los bafles del equipo de música.

Noté las puntas afiladas en mi espalda, me di la vuelta. Krueger me sonrió con dantesca mueca. Me hizo rodar como a una peonza y lo grotesco de máscaras y disfraces se aglutinaron en mis retinas.

Me detuvo un ser gigantesco, su piel era oscura y sudoraba. Pequeñas fauces se asomaron por su boca, babeantes. Aquellos diminutos dientes en forma de puño golpearon mi sien y caí al suelo.

Desperté en el hospital. La doctora me explicó lo sucedido.

"¿Cual de aquellas terroríficas criaturas vertió esas drogas en mi copa?"

Entonces recordé las palabras de Maléfica. Y allí estaba yo, rendido a sus pies.

Sin el maquillaje no parecía ella, se cambió el disfraz por su uniforme de trabajo.

- Ahora respira profundamente y duerme...



Fin

lunes, 19 de octubre de 2015

Amé al Diablo en Vano

Jamás conocí ser humano más valeroso que yo.

Me enfrenté a todo tipo de terrores, aquellos que perturbaban mi ser. Dormí desnudo en la fría cueva, bajo un manto de insectos crujientes. Arranqué cabezas de aves con mis dientes, y me alimenté de su sangre. Vi arder lo que más amaba... Oí sus gritos desesperados, pidiéndome auxilio. Chillaban: "Por favor, papá, no nos hagas esto" , y no cerré los ojos, no pestañeé. Disfruté observando como se calcinaban, aquellos qué, una vez, confiaron plenamente en mí.

Pronuncié las palabras innombrables. Con mi capa negra de plumas de cuervo y la tez pintada con las cenizas de mis vástagos.

Entonces descubrí el peor de todos los males, sentí el verdadero miedo.

Él, no vino a mi encuentro. Me quedé solo. Había destruido todo aquello que le daba sentido a mi anterior vida.

Realicé cada una de las instrucciones del libro negro y no ocurrió absolutamente nada.

Allí me hallé... Con el alma quebrada.

Jamás conocí ser humano más cobarde que yo.

Amé al diablo en vano.



Fin


sábado, 10 de octubre de 2015

Amanda Porter "Capítulo 2"

Miércoles, 25 de Febrero del 2015, 7:00h

Sonó el despertador del móvil de Susan, con el tema "You are beautiful" de Christina Aguilera. Su padre la llevaría al instituto "Joaquin Blume" donde cursaba el primer año de bachillerato artístico.

Antes de entrar en clase le envió un whatssapp a su madre, felicitándola por su cumpleaños, la coletilla del mensaje, un emoticono lanzando un beso en forma de corazón, sería el gesto más afectuoso que recibiría de ella en todo el día. Aquello ya significaba algo para Amanda, un símbolo qué, a pesar de su carácter apático, mostraba que aún la quería.

Las palabras de la tutora de "Ciencias para el mundo contemporáneo" se amontonaban en un sin sentido en la cabeza de Susan, dispersa, flotando en una nube grisácea, donde el desamor era el gobernador de sus calamidades.

La niebla que embotaba la mente de la joven empezó a tomar un cáliz más colorido, pequeñas motas salpicaban de un rojo intenso sus neuronas, trazos de azul celeste rayaban los lunares granates, se dibujaba un mar de verdes y naranjas bajo sus párpados, un cuadro abstracto digno de Pollock que hablaba por sí solo. Susan no quería estar donde se hallaba y ese lugar era su propio cuerpo.

Susan se acercó a Lisa y posó una mano en su hombro, esta se giró, volteando su larga y negra melena, contoneó las caderas e inclinó ligeramente la cabeza, abrió sus ojos lo más que pudo y disparó una rencorosa mirada que impactó en el pecho de su compañera.

- Lo siento, Lisa.

Lisa le dio la espalda a Susan y caminó deprisa hacia el aula.

Durante la siguiente clase, Susan no dejó de observar a su último amor abandonado. Pensaba en lo bien que lo habían pasado la anterior tarde y no dejaba de preguntarse por qué tras llegar al orgasmo, tras aquel amargo cigarrillo, cortó con ella. La deseaba y ahora se sentía arrepentida, no quería hacerle daño alguno pero tampoco pretendía retomar la relación.

La joven realizaba una espiral perfecta en su cuaderno de dibujo artístico, sufriendo por el momento en el que tuviera que repasarla con el rotring, temía qué, como tantas otras veces, se le corriera la tinta y creara un manchón imborrable en su obra.

Se imaginó corriendo por un laberinto, atrapada en su espiral. No terminaba jamás, no tenía fin, el centro parecía estar cada vez más lejos. Ella no dejaba de dar vueltas y más vueltas, las paredes del recorrido se estrechaban y en el instante que tuvo que andar de costado para poder pasar por los curvados pasillos de la laberíntica e interminable espiral, el cielo empezó a caer sobre ella, hasta golpearle en el cráneo.

- ¡Susan, despierta! - Le gritó la maestra tras sacudirle con el libro de ilustraciones geométricas en la cabeza -.

Los ojos de Susan estaban completamente abiertos mas restaba inmersa de nuevo en una de sus peculiares ensoñaciones.

A las dos llegaba a su fin la hora de escuela, debía coger el autobús para ir a comer a casa de su abuela.

A la salida intentó volver a hablar con Lisa, esta vez pudo mantener una breve conversación con ella.

- Me gustas, Lisa, pero no quería comprometerme.

- Eres estúpida. yo tampoco quiero ese tipo de relación con nadie. No estoy enfadada por qué cortaras conmigo, lo estoy por qué te creíste en el derecho de cortar conmigo. Tu y yo no hemos sido novias en ningún momento, solo estábamos pasándolo bien.

- ¿Quieres que volvamos a quedar?

- Quizás... No lo sé. También quedo con algún chico, lo sabes. No salgo con nadie, tan solo disfruto todo lo que puedo del sexo. 

- Yo también disfruto contigo y quiero que repitamos.

- Deberías probar con un hombre alguna vez.

- Ya te dije qué no. Me dan asco los tíos, no quiero saber nada de ellos y aún menos acostarme con uno. Me repugnan.

- Estás fatal, Susan. No tienes ni un solo amigo, dime ¿Que te han hecho?

- Nada. Son todos imbéciles, no tienen cerebro.

- Ja, ja, ja. En eso tienes razón, Susan. Me haces reír, lo paso bien contigo. Quizá sí que podríamos volver a quedar.

- ¿Quedar para qué? - Le preguntó Susan con picarona sonrisa -.

- Para follar, claro. - Sentenció divertida su amiga -.

* * *

Al llegar a casa de su abuela, Margarett, Amanda ya se preparaba para llevar de nuevo al colegio a Samuel. No celebraron allí el cumpleaños de su madre. La felicitó en persona y ya no se volvió a hablar mas sobre el tema. Samuel le había regalado una postal en forma de corazón que había hecho el mismo en la escuela.

Susan se quedó a solas con su abuela, tras marchar Amanda con Samuel. Tenía las tardes libres, se quedaba un buen rato en casa de Margarett antes de irse al gimnasio, a casa o algún otro lugar con alguna de sus amigas.

La abuela se puso detrás de su nieta y posó ambas manos en sus hombros.

- ¿Qué tal, mi niña? ¿Como te ha ido en el instituto?

- Bien, abuela. Como siempre.

Susan se entendía con su abuela mejor que con sus padres. Hablaba con ella con mayor fluidez, se sentía a gusto y relajada.

- Explícame más, cariño.

- Sí, abuela. He reñido con una amiga, pero luego hemos hecho las paces.

- Una de tus "amigas".

- Sí, abuela. Una de ellas.

* * *

Amanda trabajaba en un artículo sobre los nuevos fichajes de los New York Jets. Clarice Hellington la observaba desde el otro lado de la cristalera del despacho de edición, atenta a sus gestos y expresiones faciales, analizando cada movimiento de su compañera. Peter Mitch entregaba su recién acabado trabajo a su suegro, Tadeo Michaels. El resto del equipo del "New Post Seattle" restaba inmerso en sus quehaceres de elaboración escrita, noticias políticas y sociales, entretenimiento y deportes, anuncios clasificados...

Amanda abrió el primer cajón de su mesa de trabajo, admiró la portada del libro en reposo y en espera de ser abierto y desvelar los secretos del hijo del "Halcón Ciego". Rememoró el instante en el que llegó a sus manos.

La noche anterior, al borde de su cama, George Sellington sacó una bolsa escondida a sus pies.

- Feliz cumpleaños, cariño.

Amanda quitó el celo con meticulosidad del envoltorio. Allí estaba la tercera entrega de su amada saga literaria. Se besaron e hicieron el amor, fue breve pero intenso aquel momento en el que fundir sus pieles e intercambiar flujos de pasión anhelados volvió a ser excusa de unión entre la pareja, un pegamento qué, aunque en pocas y contadas ocasiones, a lo largo de meses de sequía, mantenía unida aquella relación tan distante y apática que se consumía lentamente en el tiempo conyugal.

Clarice Hellington tomó nota de aquella extraña expresión en el rostro de su "amiga". Una mirada voladora y una media sonrisa que sugerían el anclaje en algo bello pero apenas alcanzable. Un mero instante de fortuita felicidad que se desvanecía tan rápido como se cerraba aquel cajón. No tardaría, Clarice, en cuanto Amanda fue al servicio, para averiguar que contenía aquel escondite para que su compañera se revelase levemente feliz y distraída de su apesadumbrada rutina.

Amanda entró en el labavo de señoras, tras ella entró disimuladamente Clarice y cerró el pestillo, se lanzó a sus brazos con lágrimas en los ojos y gimoteando un incomprensible galimatías. Clarice le bañó el pecho a Amanda, la sentó sobre la tapa del váter, abrió sus piernas y posó su trasero sobre su regazo. Se quitó las gafas empañadas y empezó a pasear la lengua por sus labios. Amanda agarró los muslos de su compañera, le levantó la falda del vestido, la puso de espaldas y le agarró las tetas, empezó a masajearlas con una mano, introduciendo los dedos por el resquicio de la camisa, abrió dos botones y pellizcó sus pezones. Bajó una mano a su entrepierna, la coló por debajo del vestido, por debajo de sus bragas y masturbó con brío a su "amiga", hasta que esta explosionó en un largo e intenso orgasmo, mojando por completo la mano pecadora de Amanda.


* * *

Jueves, 26 de Febrero del 2015, 6:20h

Amanda detuvo el despertador. Jamás había soñado algo así. Un sueño erótico con otra mujer. Interpretaciones maliciosas sobre su "amiga", Clarice. Soñar con falsos recuerdos. Aún esperaba que su marido le regalara el libro qué, el día anterior, pensó que le estaba comprando en aquella librería. Solo la felicitó antes de quitarse los calcetines al borde de la cama y cubrirse con el edredón.

Con las manos aferradas al volante y la radio a todo volumen, con insoportable dolor en sus muñecas, Amanda Porter se dirigía al trabajo. Le cantaba al salpicadero "It's not just my love".

Peter Mitch jadeaba sobre las gafas de Clarice Hellington...

- Estás preciosa con esa falda, cariño.

- ¿No tienes nada mejor que hacer, Peter?

- ¿Mejor que gozar de tu belleza, pequeña?

La agarró por la cintura, justo en el instante en el que Amanda entró en la sala cafetería...

- Hola.

- Hey, Amanda. - Peter soltó a Clarice y sonrió a su compañera- . ¿Un café?

- Sí - dijo Amanda con incriminatoria mirada -.

Clarice miraba con ojos de cordero degollado a su amiga. Salió volando de la sala. Amanda y Peter se quedaron a solas. Ella se acercó a él y se plantó frente a su tiesa figura.

- Deja de molestar a Clarice, Peter.

- ¿Perdona?

- Ella es una cría, no puede darte lo que podría darte una mujer como yo.

- Eh... ¿Perdona?

- ¿Te gustaría saber lo que yo podría ofrecerte? - Preguntó lascivamente, Amanda, mientras se desabrochaba el primer botón de la camisa-.

- Sí - titubeó, Peter- . Me gustaría saberlo.

- Pues, esta tarde, aquí. A las ocho y media, cuando no quede un alma... Lo sabrás.



Continuará...















miércoles, 7 de octubre de 2015

Amanda Porter "Capítulo 1"

Lunes, 23 de Febrero del 2015, 15:10h

- ¡Qué cojones! ¡Los ovarios como escarpias de acero velludo! ¡A mí no me censura tu madre, no!

Dio un portazo y salió del apartamento.

Amanda Porter se fue al trabajo, a cumplir con su jornada partida, cuatro horas más, en las oficinas del New Post Seattle. Le cantaba al salpicadero del auto, "Woman don't cry for him".

Le dolían ambas manos, aferradas con fuerza al volante. Ya habían pasado catorce años desde que se rompió los escafoides jugando al tenis, pero el dolor era casi constante.

Tecleaba veloz el artículo sobre las últimas respuestas  del entrenador de los Dolphins de Miami en una entrevista que ella misma había realizado por la mañana.

- ¿Listo?

- No, jefe, deme diez minutos para las correcciones.

- ¿Correcciones? ¿No dispones de corrector automático?

- Puntuación y estructura, jefe.

- Cinco minutos, Amanda.

Clarice Hellington se acercó a su compañera. Sus ojos llorosos la alertaron de inmediato.

- ¿Que ha pasado esta vez, mi niña?

- ¡El cabrón de Peter!

- ¿Que te ha hecho ese mamón?

- Lleva días manoseándome, empañándome las gafas con su horrendo aliento.

Peter Mitch era compañero de ambas, escribía la columna del tiempo, el horóscopo y se encargaba de la sección de entretenimientos, crucigramas y demás.

- ¡Ese hijo de puta, me las va a pagar! - Sentenció Amanda, mientras borraba con su pulgar una lágrima de la mejilla de su amiga -.

- ¿Sabes que ha hecho el muy cabrón?

...

- El sabe que soy Sagitario y mira, lee el horóscopo de hoy.

Amanda agarró el periódico para el que trabajaban y leyó.

Sagitario: "Desea lo que se te avecina, es pura pasión. Hoy en tu trabajo alguien te alegrará el día. 
Correspóndele como se merece"

- ¡Hijo de puta enfermo! ¡Deberías atarlo a una silla y cortarle los huevos!

- Nada me complacería más, amiga.

Clarice no quería denunciar a su compañero, le debía su puesto de trabajo y él se aprovechaba de esa situación, si él caía, ella también. Peter era el yerno de Tadeo Michaels, el director del periódico.

- ¿Has acabado el artículo, Amelia?

- Amanda, señor Michaels.

- ¿Listo?

- Si, jefe.

- Bien, envíelo a edición.

- Si, jefe. Ya está enviado.

El dolor en las muñecas era insoportable, ni las pastillas podían eliminarlo, se propagaba hacía sus brazos, le recorría el pecho. El dolor era latente en su interior.

De regreso a casa. Le cantaba al salpicadero, "You are not a machine".

* * *

Susan no probaba bocado, su madre sostenía el tenedor con su mano izquierda, en un vaivén incesante, concentrándose en su hija mayor.

Samuel embadurnaba sus guisantes con otra gran cucharada de mayonesa, apenas se distinguía el verde bajo aquella espesa capa blanca que rebosaba el plato.

George hacía rato que había terminado. El marido de Amanda tecleaba en la pantalla de su teléfono móvil, con la mirada por debajo de sus gafas y el aparato por debajo del mantel.

Amanda se dirigió a su hija.

- Dime, cielo. ¿Que tal en el instituto?

Susan no contestó, miró su plato e hizo una desagradable mueca.

- No tengo hambre.

- ¡Eres un hueso! - Le gritó su hermano -.

- ¡Calla, enano! - Se defendió ella -.

El padre intervino.

- Vale, chicos.

- ¿Esta es toda la comunicación que va a tener esta familia? - Preguntó retóricamente, Amanda -.

Susan se levantó de la mesa y se marchó a su habitación. George le hizo un gesto a su mujer para que la dejara marchar sin represalias. Samuel se atiborraba de guisantes bañados en su salsa favorita.

- ¡Samuel, no te pongas tanta mayonesa!

- Vale, mamá. No me pondré más.

George continuó con su chat móvil.

- Y, tú... George. ¿Podrías dejar tu teléfono en paz mientras comemos?

- Es un compañero de trabajo, necesita que le ayude con algo.

En su pantalla, George admiraba unos grandes y oscuros pezones derramando un hilo de leche condensada.

* * *

George se desenfundaba los calcetines al borde de su cama.

- ¿Como te ha ido en el trabajo, cariño?

- Bien, como siempre. - Contestó, Amanda -. ¿Has hablado con tu madre?

- Venga, Amanda. Ya sabes como es, no lo ha dicho en serio. No se lo tengas en cuenta, tiene más de ochenta años.

- Ya. Lo siento, cariño. Ultimamente ando un poco estresada.

Amanda se acercó a su marido por la espalda y le besó en el cuello. Él interrumpió aquel gesto cariñoso metiéndose bajo el edredón.

- Estoy agotado, Amy. Necesito dormir.

- Sí, yo también. Buenas noches, George.

Él no contestó, en pocos minutos, sus ronquidos eran el único sonido de aquella casa.

Amanda restaba absorta en sus pensamientos, con los ojos abiertos como crisantemos. Sabía perfectamente que no tardaría menos de un par de horas en dormirse.

Samuel dormía plácidamente.

Susan chateaba con su novio.

* * *

Amanda Porter es trasladada en camilla al Box-06. El enfermero la pone de costado y le baja bragas y pantalones, le agarra de una rodilla y un hombro para que no se desplome. Por detrás una enfermera le aplica una lavativa. El estreñimiento es insoportable. En unos minutos aquello estalla, una explosión de mierda inunda el habitáculo. Amanda despierta empapada en sudor. El recuerdo de la angustiante y asquerosa pesadilla la paraliza por un instante.

Mira el reloj, son la 1:11 de la madrugada. Se vuelve a dormir, después de ir al lavabo y hacer de vientre, después de tomarse una leche caliente con miel, después de fumar un cigarrillo en la terraza... Vuelve a dormirse, después de mirar de nuevo el reloj. Son las 2:10... En cuatro horas y diez minutos sonará el despertador, piensa. Y por fin, se duerme.

* * *

Martes, 24 de Febrero del 2015, 6:20h

A las 6:20 suena el "bip... bip... bip... bip"... "bip... bip... bip... bip" ... "bip... bip... bip... bip"... Amanda clickea la pestaña que detiene el agudo e infernal sonido, mal sano y a su vez portador de cierto alivio, el prematuro despertar. Indeseado alcance del obligado fin del reposo mas salvador de la pesadillesca noche. En realidad, la función del sueño no ha sido satisfactoria, por breve y agitada.

Se calza las zapatillas, se pone en pie y se dirige a la cocina a prepararse un café con leche.

Se remoja las manos y el rostro, empapa sus cabellos, se peina la media melena, de nuevo mira el kit de maquillaje y su pintalabios, de nuevo cierra el pequeño cajón del tocador sin darles uso alguno.

De camino al coche, aparcado dos calles más allá del portal de su vivienda, Amanda consume un cigarrillo, observando como la poca claridad de la luna alumbra los charcos de la lluvia nocturna.

Taconea las baldosas con cierta musicalidad inquietante, al son de sus palpitaciones que procura serenas. Las orejas de la ansiedad despuntan tras ella buscando una grieta por la que emerger.

"My god" de Jhetro Tull suena en la radio del auto, Amanda se aferra al volante y tararea esa canción que le trae recuerdos de adolescencia, se imagina, de camino al trabajo, estirada en el césped del instituto, fumando hierba con su amiga, Susan Pitt.

* * *


- Ha llamado Steve Fuller, ese cabrón está realmente cabreado. No habrá querella, siempre y cuando redactes tus disculpas.

- Redacté sus respuestas al pie de la letra. - Se defendió, Amanda -.

- Lo sabes - señaló, Tadeo Michaels - no se trata de eso, debes pulir y no lo has hecho.

- Ese tío dijo "No se puede pedir más de un inútil que no escucha" ... ¿Como pulir eso?

- Si el entrenador de los Dolphins insulta a uno de sus jugadores en la entrevista, debes omitirlo o suavizarlo, lo que se dice en el calentamiento del instante no debe salpicar al periódico, ese tío, como tu dices, nos paga parte del postre, Amelia. Es co-fundador del Magazine "Journal Ball" y esa revista aporta mucho en nuestra sección comercial.

- Amanda, señor Michaels.

- Lo que tu quieras, Porter. Redacta tus disculpas, y añade... "No dijo inútil, si no..." Lo que sea, Porter, pero arréglalo o ...

- O, ¿Qué?

- O, tu misma.

Amanda se tomaba su tercer café en el descanso de las 10:00.

Clarice se acercó a ella, extrañamente feliz, peculiarmente radiante. Mostrando una sonrisa, un tanto perturbadora.

- Mi niña... Te veo muy... ¿Bien?

- Estupenda, Amanda.

Clarice Hellington, dio una vuelta, haciendo volar su falda granate cual bailarina de ballet.

- Estás... ¡Radiante!

La toma de litio mantenía ligeramente estable la bipolaridad diagnosticada de la compañera de Amanda. Sin embargo, Clarice presentaba drásticos cambios de estado anímico. Las últimas semanas, tales cambios de humor se manifestaban con demasiada frecuencia a los ojos de su única amiga en el trabajo, y estos eran cada vez más visibles a las miradas del resto del equipo del periódico.

- ¿A que se debe tal acentuación de tu innata belleza?

- Ja, ja, ja, ja... No hables como escribes, Amanda. Soy feliz. ¡Esta tarde tengo una cita!

- ¡Vaya! Y... ¿Quién es la afortunada?

- ¡Saoirse!

- ¿Saoirse?

- Sí... ¡Saoirse!... Te hablé de ella hace un par de meses. La camarera de abajo.

-  La rubia de "La Granja".

- ¡Sí!

- ¡Vaya, menudo pibón te has camelado, Clarice!

- ¡Seeeee!

* * *

Clarice Hellington era parte del equipo de edición del "New Post Seattle". Cuando trabajó en la edición de la entrevista de Amanda a Steve Fuller, entrenador de los Dolphins de Miami, reparó en la gravedad de incluir el insulto propinado por aquel energúmeno a uno de sus jugadores. Sin embargo no lo omitió, ni lo suavizó, ni siquiera se lo comentó a su "amiga".

Aquella mañana, Tadeo Michaels se enfrascó en una bronca con Amanda por aquel inciso, pero no dijo nada a los editores, el creía que la responsabilidad recaía sobre los redactores y que en edición tan solo debían estructurar, corregir gramática y ortografía y enmarcar los textos en el debido orden por las pautas establecidas del periódico.

Pero, Clarice, se la jugó esta vez. Algo así podría haber sido causa de enfado por parte del jefe incluso con edición. Una vez le había dicho a ella misma... "Si ves una perogrullada incisiva de tu amiguita, censúrala"...

Clarice no jugaba, ni se le podía atribuir la malicia a su enfermedad neurológica. Le satisfacía incluir problemas en la agenda de sus conocidos, amigos y familiares. De hecho, cuanto más estrecho el vínculo, mejor.


* * *

A las 12:00, Amanda Porter terminaba con la primera media jornada del día. Tenía una hora libre antes de ir a recoger a Samuel al colegio, escuela privada en la que el horario era distinto al de los colegios públicos de Seattle que eran de jornada contínua. El colegio de Samuel era de horario partido, salía a la una del mediodía y regresaba a las tres, hasta las cinco de la tarde. Amanda debía llevarlo a casa de la abuela. Susan iba en autobús al salir del instituto. Margarett Strauss, la madre de George, les preparaba la comida.


Normalmente esa hora, que eran más bien cuarenta y cinco minutos, Amanda los pasaba en el coche, en la puerta del colegio privado St. Lorens, leyéndo alguna de sus novelas de misterio. Pero aquel día no tenía que leer, el día antes había terminado su último libro. Al día siguiente, veinticinco de Febrero, era su cumpleaños, cincuenta y dos años a sus espaldas. Decidió ir a la librería "Los Cuatro Gatos" a comprar la siguiente entrega de la saga que estaba leyéndo. La tercera parte de "El Halcón Ciego" de Roberto Valdemón. Ese mediodía se quiso hacer un regalo.

Entró en la librería y vio a George, su marido, de espaldas a la estantería de novelas de intriga. Pensó que estaría allí para comprarle aquel libro por su aniversario. Así que salió de allí con tal de nos ser vista y estropear así la sorpresa.

Amanda esperaba apoyada en su auto, fumando un pitillo. Recogió a Samuel y fueron a casa de su suegra. Esta vez no hubo riña, más bien ausencia de palabras.

Susan parecía distraída, durante la comida, hizo unos cuantos suspiros típicos de preocupación adolescente. Su madre le preguntó, pero ella negó con la cabeza cualquier respuesta, solía ser así.

Antes de regresar al trabajo, Amanda pasó por su apartamento, a veces se encontraba allí con George, otras él no estaba, comía en el restaurante que había bajo sus oficinas. George era comercial de telefonía e internet. Ese día no estaba allí, era lo más común.

Aferrada al volante, el dolor en sus muñecas regresaba insoportable. La radio apagada. Tatareando "Cumpleaños Feliz" pensaba que tal le iría a la mañana siguiente.


* * *




Continuará...


Giselle

El chico entró agazapado y con sigilo en la tienda del zapatero remendón, con medio dolar de plata en el bolsillo. Orgulloso de su hazaña, salió sin ser visto, portando consigo una lata de betún.

Ella se hizo con el atuendo necesario y con un viejo sombrero de piel y paja. Se embadurnó el rostro y cubrió la mitad con un pañuelo.

Se dirigió al salón, un rato antes de la hora del ardiente trago del mediodía. Afuera, la lluvia torrencial desoló las calles del pueblo.

Ocupó el lugar de Gerald en la barra, fue allí mismo donde la vio a ella, por vez primera...

- ¡Tú, pequeña! ¡Estás en mi sitio! ... Giselle recordaba aquel instante con total claridad.

Esperó, ante decenas de miradas expectantes. Los allí presentes sabían que ese forastero se jugaba la vida.

* * *

Las heridas de la carne desgarrada en su espalda habían cicatrizado. Caminaba desnuda, entre los matorrales, río abajo. Se agarró con fuerza al tronco de un árbol, y allí mismo dio a luz a su hija. El bebé nació muerto.

Lo enterró y clavó una cruz de ramas secas sobre su diminuta tumba. Sus lágrimas atravesaron la tierra, como en su pecho, la necesidad de venganza.

Continuó su huida, hasta llegar a un poblado Sioux. Ellos la acogieron. Allí conoció a quien sería su verdadero amor y padre de sus dos hijos. Ocho años después de su llegada, regresó a su pueblo natal. Tenía un asunto pendiente que zanjar. Fue una breve aparición que los habitantes de Dark Valley recordarían el resto de sus vidas.

Tenía trece años cuando Gerald Johnston Malick la capturó y la ocultó en el granero de su hogar.

Amarrada a un poste. Carne de sus placeres más salvajes. Allí fue violada infinidad de veces, torturada hasta la cruel saciedad. Engendrada. Hasta que una noche logró huir, su basto vientre apagó el deseo de su innombrable captor. Bajó la guardia, solo la visitaba para echarle su diario plato de gachas. Disfrutaba verla comer como a uno de sus escuálidos perros. Al fin pudo desprenderse de la cuerda que la mantenía sujeta y corrió hacia el bosque, más allá del pueblo.


* * *

Giselle rememoraba, sobre la tumba de su hija, lo que le dijo cierto día Johnston Malick, mientras sostenía su revólver y la apuntaba a la cabeza, antes de poseerla una vez más.

- No hay nada que el hombre no pueda hacer si eso que desea cabe en sus manos.

* * *

En sus años de feliz vida con los Sioux, Giselle practicó tiro con su marido. El resto de la tribu no veía con buenos ojos la relación de Halcón Gris con aquella mujer blanca, y mucho menos lo que ocurría en aquellas clases de guerreras enseñanzas. Tan solo él sabía porqué entrenaba a su mujer. El objetivo era que ella fuera más veloz con su arma que el más rápido de todos los pistoleros.

* * *

Quick Death entró en el salón.

- ¡Tú, negro! ¡Estás en mi sitio!

Ese negro parecía estar rabioso, totalmente loco... No se movió de su lugar, sus ojos estaban inyectados en sangre.

La gota gorda golpeaba sobre el sombrero de curtida piel de búfalo del viejo Gerald...



Fin


jueves, 1 de octubre de 2015

El Inventario Abstracto del Palabrero

Los ojos del intelectual curtido sangraban ante la majestuosidad del inventario abstracto del palabrero. Incrustada en sus córneas, una anomalía difícilmente digestiva se preparaba con total cautela sobre el lienzo expuesto.

El inventor palabrero se atiborró de sangre fresca y regurgitó sobre el blanco panel... 
... Insoportable tortura a la que se vería sometida la víctima... Galimatías pictórico:

Julindreles nadeando por un acuoide pimestral sin luciferos que lo alumbrasen. Una oscuriosa sintaxis de pergaminoides subterráneos sin una congruencia posible para mascar, tragar, absorber e ingerir con remedio botivolante posible. Castropo de su propia miseria resultante, te verás reflejado en la coma, en el punto y en el subverbio indefinido. No hallarás un subfin certero ni una puerta escapatoria para tus neurosis subliminales...

Cabalgando por el colorido mar vomitivo, el hombre pegado a sus gafas y de honorífica licenciatura, se retorcía ante el macabro espectáculo contra la palabra escrita, en su gramática, ortografía y congruencia contextual.

Escriba de tu pampirolada casta, de tu jibo intacto, de tu putil castrense. Los prismáticos del ver interno, capaz de leer entre las líneas obtusas, un sacrilegístico en catársis indesconocida para el ojo de buey con el qué, tarde o temprano, eyacularás sobre la tez del saber unilingüistico. Pedazo de mojón terrestre... No hay paz para el cerebelo impropenso a tal cantidad innotoria de futilánime despropósito.

El oxigeno no llegaba a su destino, las arterias se obstruían y la adicción a lo abstracto se hizo patente. Aquel hombre ya no podía entender el mundo de otro modo.

El palabrero se alzó victorioso.

Su víctima pidió una pincelada más, con total hambruna. El verdugo se quedó sin sangre fresca para continuar plasmando. Tal pincelada le fue negada.

El palabrero le rebanó el cuello al hombre sediento de abstracción con un folio afilado y llenó de nuevo la lata. Esa sería la siguiente remesa para el siguiente licenciado, otro cuerpo amontonado en el sótano del enajenado artista.



"Jackson Pollock"


Fin






Unicornio Rosa: Capítulo 2 "La pastilla y el arcoíris"

Unicornio Rosa ¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en ...