viernes, 10 de mayo de 2019

Villa Truequena

Ocurrió hace más de mil años, o quizás dos mil, un día de primavera en el que todo el pueblo olía a flores de cerezo y almendro. Zona rural, casitas de piedra, madera y arcilla. Las gentes de allí se dedicaban al pastoreo, a las granjas de ovejas, vacas, gallinas y cerdos, y al cultivo de maíz, pipas de girasol, hortalizas y tubérculos. La fecha de los acontecimientos data de cuando Matusalén perdió la zapatilla, hará tres mil o quizás cuatro mil años.

Mi nombre es Griselda, tengo doce años. La abuela de la abuela de la abuela de mi abuela, y puede que algunas abuelas más atrás... una de ellas, por aquellos años, vivió en aquel pueblo, estuvo presente en el meollo de lo que allí pasó. Ella se lo explicó a su hija y esta a la suya, y así hasta el día en el que mi mamá me lo contó a mí. Y ahora yo la escribo, para que la pueda leer quien quiera.

Mi ta-ta-ta-ta-tara abuela se llamaba Griselda, ¡sí! como yo. Paseaba aquel día de hace miles de años, un día de primavera, saboreando los aromas de flores de cerezos y almendros, con su canasto de mimbre repleto de frutas frescas, camino del mercado a su hogar. En aquel mercado ni se vendía ni se compraba nada, era lugar de trueque, allí cambiaban frutas por leche, leche por miel, miel por legumbres, legumbres por pan, y así hasta que todas las aldeanas y aldeanos tuvieran todo lo necesario y variado para disfrutar de todo lo que allí conrearan, cultivaran u ordeñaran. ¡Sí! en aquel pueblo no existía el dinero, solo el trabajo y el reparto de lo recolectado. ¡Qué maravilla! pensé el día que por vez primera me explicó esta historia mi mamá. Pero… ¡ay! siempre tiene que haber “peros” en las historias maravillosas. Un buen día la cosa empezó a torcerse, el mismo día que llegó al pueblo un hombre alto, delgado y con un infame bigote bañado en cera de abeja. El señor, Piter Potter Pots. La gente del pueblo, al poco de conocerlo mínimamente en profundidad, empezaron a llamarle el señor Trespés, por su nombre y apellidos, sí, pero sobre todo por pretencioso, presumido y pedante, una combinación exacta de esos defectos era la actitud imperante en Trespés. Se las daba de gran conocedor en cualquier materia, según él era el mejor cultivador, pastor y agricultor que había sobre la faz de la tierra, sin embargo, en todo el tiempo que permaneció en Villa Truequena nadie le vio dar un palo al agua. Pero bien que tenía que comer y beber, y tener un hogar en el que cocinar y dormir. Así que el día que llegó, sin más equipaje que su bigote encerado, el hombre se dirigió al mercado con su pose curvada y sus pasos de flamenco patilargo. Se detuvo frente al puesto de patatas, zanahorias y remolachas y sonrió con una extraña mueca a doña Agustina, mostrando varios dientes perlados y otros de negro hollín.

- Buenos días, señora.

- Buenos días, forastero.

- ¿Me daría usted cuatro de cada?

- Aquí no damos nada, intercambiamos.

- Sin duda, señora. Usted me da lo suyo, y yo le daré mañana el doble de lo que me dé, en lo que usted quiera. Puedo conseguirle lo que desee y en abundancia.

Así era el señor Trespés. Y la gente del pueblo no era tonta, pero desconocían la avaricia y el engaño, y aquel hombre era experto en ambas cosas. Un vende humos de los de antaño, un publicista, un político, un banquero de los de ahora. Y eso es lo que creó en Villa Truequena a los seis meses de vivir allí, el primer banco del mundo. Tras conseguir que varias personas trabajaran para él, en materias de las que se consideraba tan preparado, tras conseguir que le construyeran una mansión como jamás la había habido allí, tras pagar a los que le dieron víveres con otros que cultivaban y conreaban para él. Tras conseguir todo aquello con tan solo palabras, promesas, falsas sonrisas mientras se acicalaba el bigote y mentía a todos sin tapujos ni escrúpulos. Creó un banco y con él, el dinero, y con este, la deuda.

A los tres años de la llegada del señor Trespés a Villa Truequena, al pueblo no le quedó ni el nombre, por aquel entonces, aquel lugar se pasó a llamar Deudalandia, y los aromas pasaron a ser; de flores de almendro y cerezo a humos de pólvora y ceniza.

Algunos cuentan este cuento como una historia de prosperidad, de civilización y beneficios, pero tanto mi ta-ta-ta-ta-tara abuela Griselda como yo, bien supimos y sabemos que la llegada del señor Trespés fue una desgracia, y que las aldeanas y aldeanos de Villa Truequena pasaron de ser afortunados, a ser; ricos o esclavos.



Fin

Unicornio Rosa: Capítulo 2 "La pastilla y el arcoíris"

Unicornio Rosa ¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en ...