martes, 30 de junio de 2020

Unicornio Rosa: Capítulo 2 "La pastilla y el arcoíris"

Unicornio Rosa


¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en tu interior. ¿Anhelas ese unicornio rosa con el que siempre soñaste?, ¿puede el poder de la imaginación acercarte a la realidad que deseas experimentar? Un impulso te ciega, la creencia de poder alcanzar una respuesta, aquella que le dé sentido a todo lo que te rodea, a todo lo que eres. 

¿Eres una ilusión real, o una realidad ilusoria?


La pastilla y el arcoíris


Llevaba una semana de vacaciones, aquel anciano de ojos azules no había vuelto a aparecer. Fui a la piscina en dos ocasiones más aquella misma semana. Pregunté a varias personas, nadie lo había visto, no sabían de quien les hablaba. Me daba un chapuzón, escuchaba música, me tomaba un café descafeinado con hielo o un helado. Esquivaba las miradas de aquel niño come pies rosas. En una ocasión me acerqué a él, cuando su madre se había ido al baño. 


- ¿Qué miras tanto, enano? - le pregunté -. 


- Tus tetas - me contestó el pequeño hijo de…-


Me agaché de cuclillas y lo miré fijamente a los ojos, puse mi voz lo más dulce posible.


- ¿Me dejas darle una chupadita a tu pie? - por poco se le cae el helado en el césped -.


Sin articular palabra me alcanzó su pie rosa, lo cogí, me puse en pie y lo lancé. Impactó de lleno en la calvorota de aquel señor, que volvía a estar en el mismo lugar de siempre, con sus gafas reflectantes y sus intermitentes miraditas. Di media vuelta como si tal cosa, oí gritar a aquel hombre mientras caminaba hacia el borde de la piscina, sin mirar atrás.


- ¡Jodido niño del demonio! ¡Te vas a enterar cuando vuelva tu madre!


-  No, yo, no... - pude oír como balbuceaba el mocoso - .


Me tiré al agua haciendo la bomba, triunfo total. Dos pájaros de un tiro, un molesto gorrión y una grulla con melena. Al regresar la madre del niño, aquel hombre le dijo lo que creía que había hecho su hijo, esta lo increpó, el pequeño se defendió diciéndole que él no había sido, que había sido yo quien le tiró el helado a la cabeza. La madre se dirigió a mí y me lo preguntó, yo lo negué, y no me volvió a molestar con el tema. No estaba segura de si saldría airosa de aquello, pero así fué. Estaba animada, quería celebrar el hecho de estar y sentirme viva, y de nuevo la vida le ponía facilidades a uno de mis deseos, esa misma noche había fiesta en casa de Emilio, el chulo guaperas de Emi. Un momento... rebobino, he recordado aquella sensación de libertad. Caminando hacia el borde de la piscina, oyendo a aquel hombre calvo con melena gritar al mocoso mirón, lanzándome al agua haciendo la bomba. Fue en ese instante, zambullida, burbujeando por la nariz, lo recuerdo a cámara lenta, y esa plena satisfacción, el gozo de la libertad, la dicha. Es bonito y triste, agridulce, melancólico, recordar aquello ahora que me encuentro a las puertas de la muerte.


Supongo que os habréis preguntado por qué iba sola a la piscina, la respuesta es sencilla, tengo buenas amigas y un gran y mejor amigo (pronto os hablaré de él), pero la mayor parte del tiempo soy una loba solitaria, amante de la introspección y la reflexión, y sobre todo del silencio. Pero aquel día tenía muchas ganas de festejar, y aquella noche lo íbamos a petar en casa de Emi. A parte de ser el guapo de clase y lucir esas envidiables abdominales, Emi tenía un casoplón con piscina, y sus padres lo dejaban solo casi cada fin de semana durante todo el verano, así que allí se celebraban las mejores fiestas que os podáis imaginar. Emi no era mal tipo, le gustaba lucirse, pero era muy divertido y honesto, no se mofaba de nadie, y era respetuoso con las chicas. Al llegar a la fiesta, sobre las once de la noche, nos juntamos; Gloria, Julia, Eli y yo, pero al rato ya me encontraba paseando de aquí para allá con Isma, mi mejor amigo. Él era mi mayor confidente, quién más me entendía. Nos lo pasábamos bomba juntos, reíamos como locas, bebíamos como cosacos y bailábamos contoneándonos como lobas en celo. Llevábamos tres o cuatro vodkas con limón, eran la una de la mañana, lo recuerdo bien, entramos en la cocina y vi la hora en un gran reloj de pared con forma de estrella de mar, cuando nos topamos con nuevos agregados a la fiesta, eran Lucas y Juanra, se estaban liando unos petas en la mesa de la cocina. Entonces entró Emilio a buscar algo y les llamó la atención, les dijo que no liaran porros en su casa y que mejor se fueran a fumar a la puta calle. Se marcharon sin decir nada, al pasar por mi lado, Lucas me sonrió, me guiñó el ojo y me susurró al oído << hey guapa, ¿que tal?>>, le dije a Isma que los siguiéramos, él me insistió en que no lo hiciéramos, pero sé que entonces, y en cualquier otra ocasión, lo decía conscientemente en vano. Isma me conoce muy bien, y sabe perfectamente que si me intereso por algo voy a por ello, sin duda ni demora. Lo que desconocía era el por qué quería seguir a Lucas y Juanra, esa cuestión no se la había explicado a nadie, ni siquiera a Isma, mi mayor confidente. Las que leéis estas letras os enteraréis, tarde o temprano, pues esta es una de las claves que me han llevado a tomar mi última decisión, para que os hagáis una idea de la importancia del asunto.


En fin, seguimos a esos porreros sin invitación, a los cuales había que alejar, preferiblemente sin malos rollos, eso Emi y los demás lo sabíamos perfectamente. Como ya imaginaba no se habían ido fuera del recinto de la casa, estaban sentados en el césped, tras unos setos que delimitaban la piscina con el paseo rústico de la entrada.


- ¡Hey, Mariana! - me dijo Lucas al verme - ¿Quieres fumar? - me preguntó seguidamente, acercándome el porro con pose chulesca -.


Era por Lucas que quería seguirlos, pero en aquel momento, por extraño que pudiera parecer, no quería que estuvieran allí, ni Isma ni Juanra. Necesitaba estar a solas con el tipo más temido del insti. Así que le cogí el peta, fingí darle una calada, y le dije que fuéramos a dar una vuelta fuera. Juanra e Isma se sorprendieron, pero no dijeron nada. El inseparable amigo de Lucas se quedó allí sentado apurando lo que quedaba de aquel cigarro apestoso, y yo le susurré a Isma que me esperara en la fiesta, que pronto volvería con él.

Lucas y yo nos fuimos dando un paseo y llegamos a un parque, allí nos sentamos en un banco a contemplar el cielo negro, las estrellas y la luna difusa por un halo naranja.


- ¿Qué quieres de mí? - me preguntó, Lucas, sin titubear ni mirarme a la cara -.


- He pillado un par más.


Entonces sí que me miró fijamente y con cara de pasmado, el muy incrédulo estaba totalmente alucinado. Saqué una bolsita de mi bolsillo, dentro había un par de pastillas, una azul y la otra rosa, ambas con el símbolo de una cabeza de unicornio. 


- ¿Te apetece repetir? - le pregunté -.


Media hora más tarde la escena se tornó de lo más psicodélica para uno de los dos, y terriblemente perversa para el otro.


- ¡Debo seguir el arcoiris, tengo que cruzarlo para encontrar el tesoro del Leprechaun!

 -  gritaba eufórico, Lucas - .


- ¡A la de tres, corre a por el tesoro! ¡Una, dos, y… tres! - le espeté -. 


Lucas arrancó a correr entre la maleza y enseguida halló el arcoíris, reflejado en las luces de un camión que cruzaba la autovía que teníamos en frente. El impacto fue brutal, la sangre llegó hasta donde yo me encontraba. 


Meses antes habíamos tomado un par de éxtasis igualitos a los de ahora, en apariencia. Pero, esta vez, mi pastilla era de azúcar coloreado de rosa, y su pastilla azul era una pequeña bomba de ácido lisérgico. 

Aún, a día de hoy, a las puertas de la muerte, sé que para Lucas nunca hubo una violación, ambos estábamos extasiados, en su habitación… pero le dije que no, varias veces, y su excitación pasó a ser una violenta descarga de la que no pude huir.


¿Tesoros de Leprechaun tras el arcoíris? Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro, eso sí que es cierto, un buen amigo es como una parte de ti misma que hace del mundo un lugar mejor, alguien a quien confiar tus secretos más íntimos, alguien que te apoya cuando lo necesitas, que te escarmienta cuando urge, y que disfruta de tus alegrías, y es que, ¿qué sentido tiene la felicidad si no es compartida?. Aún así, existen ciertos secretos inconfesables, incluso para un mejor amigo, sobre todo si el secreto es que has matado a alguien y sabes que tu confidente no podría soportar llevar tal peso en su consciencia. 

Isma me abrazaba mientras yo sollozaba, en parte por la euforia y por el inevitable sentimiento de culpabilidad, en parte fingiendo una tristeza inexistente, por la misma euforia y el increíble sentimiento de poder y libertad. Yo misma llamé  a la policía, y les expliqué lo mismo que ahora le contaba a Isma. Lucas tenía un tripi de lsd, insistió en compartirlo conmigo, yo me negué, él se lo tomó enterito, y el resto ya os lo podéis imaginar. Por suerte no hubo heridos tras el impacto, una sola muerte, rápida, instantánea, y muy grotesca, ciertamente. El asfalto, la maleza, y mi vestido acabaron como lienzos de la época roja de Jackson Pollock o, mejor dicho, de Jack el destripador.


Me llevaron al hospital, llamaron a mi madre, la cual al verme me abrazó tan fuerte que casi me rompe los huesos. Estuve en observación un día, y me obligaron a asistir durante el resto del verano, dos veces por semana, a terapia psicológica. Pronto os hablaré de aquellas sesiones, en parte también son clave de mi situación presente. Pero mi mayor terapia, la más efectiva y satisfactoria, fue la insuperable amistad de Isma.


Isma es un chico de mi edad, nos conocemos desde los tres años, siempre hemos ido juntos a la escuela. Tiene un par de características especiales, para mí son superficiales, pero de gran importancia para el resto del mundo. Él es gay y de padre marroquí, su madre es catalana. Él nació aquí, en St. Celoni. Los demás (no todos, claro está) ven en él a un maricón o a un moro, o ambas cosas, eso es lo que él mismo dice cuando se siente dolido por su ambiente más cercano. Sus padres conocen su orientación sexual. A su padre le costó un poco aceptarlo, hasta que, gracias a la divina consciencia, se dio cuenta de que no debía aceptar nada, solo amar a su hijo tal y como fuera, tal y con lo que le hiciera feliz.


Todo el mundo, (lo sé, tiendo a generalizar cuando lo creo conveniente, y rechazo la generalización cuando me parece oportuno)... todo el mundo cree que tiene razón, que posee la verdad, algo así como un “todos son imbéciles menos yo”, es tan habitual como poco acertado en esta sociedad, sobre todo a partir de la existencia de las redes sociales, ese collage de carpesano, esa exposición de recortes de fotografías y aforismos que lucían nuestros padres en las carpetas del colegio, una colección de retales que conforman una bonita máscara con la que codearse en el gran baile de disfraces de la red. En fin, hay que conservar y luchar por lo auténtico, lo real, lo que te desgarra la piel del alma y te hace vibrar, lo que te hace sentir viva, como la verdadera amistad. Pero la verdadera amistad es amor, y el amor duele, sobre todo cuando se pierde o se rompe. Con Isma nunca sucedió ni sucederá, mi muerte se acerca, es inminente, y habremos sido amigos para siempre. Pero tuve otras amistades que si perdí o se quebraron. Recuerdo de manera triste a Franky, fue un gran amigo, pero un cáncer social destruyó nuestro vínculo poco a poco, hasta llegar al tuétano de nuestra unión, y gangrenar todo el amor que existió entre nosotros. Aquella metástasis de las relaciones humanas se llamaba y continúa llamándose; racismo, y este, como cualquier cáncer, si no se cura a tiempo, destruye todo lo bueno que se encuentra a su paso, desde nuestras células sanas a nuestras emociones positivas. Franky fue un buen amigo, nos reímos mucho juntos, compartimos penas y secretos, y hoy día es otro imbécil de turno. Puto racismo, y panda de gilipollas los que lo mantienen con vida. 



¿Continuará?


lunes, 29 de junio de 2020

Unicornio Rosa: Capítulo 1 "Modo Aleatorio"

Unicornio Rosa


¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en tu interior. ¿Anhelas ese unicornio rosa con el que siempre soñaste?, ¿puede el poder de la imaginación acercarte a la realidad que deseas experimentar? Un impulso te ciega, la creencia de poder alcanzar una respuesta, aquella que le dé sentido a todo lo que te rodea, a todo lo que eres. 

¿Eres una ilusión real, o una realidad ilusoria?


Modo aleatorio


Mi nombre es Mariana, tengo dieciséis años y vivo en Sant Celoni, un pueblo de la provincia de Barcelona. Pero nada de eso importa, porque sé lo que soy en realidad, y ni mi nombre, ni mi edad, ni el lugar en el que vivo tienen una connotación real. Soy energía en movimiento, esa es la única verdad que concibo. Hace poco que tengo muy clara en mi mente esta premisa, y estoy a las puertas de mi siguiente paso, la muerte. No tengo nada más que hacer aquí, en este plano terrenal. Pero antes de concluir os voy a explicar la historia que me llevó a tomar esta última decisión. 

Todo empezó hace tres meses, al acabar el último curso de secundaria. Por aquel entonces tenía muchas otras cosas en la cabeza, y todo el verano para disfrutarlas.

El primer día de vacaciones, bien entrada la mañana, me fui a la piscina de un pueblo cercano, ya que aquí en Sant Celoni aún no tenemos una piscina pública en condiciones, y aunque muchos partidos políticos, durante las elecciones, prometieron construir una, aún no han empezado a hacerlo. En fin, me puse mi bañador y un pareo, agarré mi bolsa con la toalla, el monedero y mi teléfono móvil, cogí el autobús y me fui a la piscina de Llinars. Solo llegar planté mi toalla en el césped, dejé el bolso tapado por el pareo, y me tiré de cabeza al agua, ni siquiera pasé por la ducha, es obligatorio, pero el socorrista no estaba al caso. Hacía un calor terrible, muy cerca de los cuarenta grados. El primer chapuzón es el mejor, no hay duda. No soy de estar demasiado tiempo en el agua, una vez empapada me estiré en la toalla, y me puse los auriculares, para escuchar un par de temas del nuevo disco de Madonna. No tardé en percatarme de las miraditas de aquel niño, un crío de unos diez años, un mocoso mirón. Mis pechos han crecido una barbaridad este último año, y hace ya un par de años que apareció un sensor en mi mente, al estilo de Spiderman, un sentido arácnido que se activa ante las miradas lascivas y el deseo sobre mi cuerpo, tanto de niños precoces como de hombres de cualquier edad.

Ese renacuajo me miraba fijamente mientras lamía un estúpido helado rosa con forma de pie, no debía de tener más de diez añitos, su madre estaba sentada a su lado de espaldas a mí, y enfrente de ellos había un señor de unos cincuenta, un calvo con melena como diría mi amiga, Julia. Aquel hombre también me lanzaba miradas cada cierto tiempo, a través de sus gafas de sol reflectantes, no podía ver sus ojos, pero aún así... creo que los que llevan gafas de sol creen que una no se da cuenta si la miran fijamente, pero no es así. Yo noto si me están mirando, incluso si el observador anda detrás mío. No estaba nada mal el nuevo LP “Madame X”.

Me fui a la terraza del bar, me senté en una mesa y pedí un café descafeinado con hielo, me gusta el sabor, pero no tolero bien la cafeína. Unas semanas antes había tomado un café en casa de Gloria, una de mis mejores amigas, mi corazón se puso a mil por hora, fue horrible.

Fue en ese instante, cogí el vaso de café descafeinado con hielo y le di un sorbo, cuando se sentó un abuelo en una de las tres sillas vacías de la mesa donde yo estaba, sin pedirme permiso. Y así sin más me empezó a hablar, como si me conociera de toda la vida.


- Hola, Mariana. ¿Qué tal la mañana? ¿Calurosa, no crees? 


- ¿Disculpe? -le pregunté con socarrón respeto-. ¿Le conozco?


- Sí, claro, pero no me recuerdas.


- Ah, sí.. y ¿de qué lo conozco?


Aquel abuelo, tendría unos setenta y largos, ochenta años, cabello largo y blanco ceniza, barba y bigote del mismo color, y gafas de sol oscuras. Pensé que no lo había visto antes, ni en aquel ni en otro lugar. Con una constante sonrisa en sus labios, y dentadura perfecta, postiza, quizás. Se levantó las gafas y me miró fijamente, de una manera casi tierna, con sus ojos azul cielo, una mirada clara, casi transparente.


- No creo que me recuerdes, Mariana. Cuando nos conocimos ni tan siquiera te llamabas así.


Debo confesarlo, aquello me asustó, incluso pensé en levantarme e irme de allí, pero algo me lo impedía, una fuerza misteriosa. Creo que, de algún modo, me hipnotizó. Y no pude hacer otra cosa que continuar con aquella extraña conversación.


- Y… ¿como me llamaba, entonces?


- Quim, ese era tu nombre.


- ¿Quim? Es nombre de chico.


- Eras un chico.


Y una vez dijo aquello se puso en pie, me dijo que nos volveríamos a ver pronto, se colocó las gafas de sol de nuevo y se marchó por donde vino. Yo me quedé allí durante un largo rato, completamente atónita. No sabía cuánto tiempo estuve allí quieta, sin pensar en nada, incapaz de salir de mi asombro. ¿Podría ocurrirme algo más extraño que aquello? Pues sí. Fui a la barra a pagar el café con hielo, y le pregunté a Maite si conocía a aquel anciano de larga melena plateada. 


 - ¿Qué anciano? - me preguntó -. 


- Ha estado ahí sentado conmigo - le señalé -. 


- No he visto a nadie contigo en toda la tarde... 


¿Toda la tarde? <<pensé>>. Volteé la cabeza, todos se habían marchado. Miré el reloj de pared del bar, eran las siete y media de la tarde. ¿Cuántas horas había estado allí sentada? ¿me había dormido?

Esto fue solo el principio de una larga lista de acontecimientos inusuales, los cuales me llevaron al punto en el que ahora me encuentro. Aquel primer día de vacaciones me reservó una última sorpresa. De camino a casa puse en el reproductor el modo aleatorio, la primera canción que empezó a sonar era del grupo de pop inglés “The gold punishers”, el tema se titulaba “¿Where is my pink unicorn?” y el estribillo rezaba; “It will come after you, be patient, the pink unicorn disguises itself as anything, from anyone, like that blue-eyed old man who watches you closely” que significa algo así como; “Vendrá a por ti, ten paciencia, el unicornio rosa se disfraza de cualquier cosa, de cualquier persona, como ese anciano de ojos azules que te observa de cerca”...



Continuará...

jueves, 14 de mayo de 2020

En Memoria de Elisabeth

Eran veintitrés alumnos, chicas y chicos de trece años, más dos profesores, Ramón de educación física, y María, tutora y maestra de lengua castellana y matemáticas. Todos estaban sentados en el suelo, creando un gran círculo. El ritual consistía en ir saliendo uno a uno, poniéndose alguien en el centro, para hablar sobre Elisabeth a los demás presentes, a través de los recuerdos más significativos.

- ¿Quién quiere empezar? -preguntó María, la tutora, quien como el resto estaba sentada en el círculo-.

- ¡Yo, quiero empezar yo! -exclamó una niña de cabello oscuro y ojos verdosos-.

- Está bien, Irene, empieza tú si así lo deseas. Eres la persona idónea para abrir este bonito acto en memoria de Elisabeth.

Irene fue la mejor amiga de la pequeña Elisabeth. Eli, como la llamaban sus compañeros. Era más bajita que el resto, hablaba menos que los demás, y cuando lo hacía costaba entenderla. Tenía unas gafas de cristal grueso, sus ojos se veían aumentados con aquellas lentes, y siempre llevaba el pelo recogido, una larga cabellera rubia en una coleta de caballo.

Irene se puso en pie y se dirigió al centro del corro. Extendió sus brazos a ambos lados de su cuerpo, en posición de cruz, y los dejó caer de sopetón, palmeando sus muslos con ambas manos. Antes de pronunciar una sola palabra, resopló e inspiró de manera entrecortada, y dos enormes lagrimones cayeron por sus mejillas. Se secó con la manga de su camisa, y entonces sí, empezó a recordar a Elisabeth, y a explicar sus experiencias junto a ella.

- Recuerdo el día que llegó Eli, todos lo recordamos, ¿verdad?, fue a mitad de curso de sexto. Ella venía de otro país, era muy distinta a todos nosotros, y no por ser de otro lugar, y tener costumbres diferentes a las nuestras. Ella era muy distinta al resto, y tampoco era por sus desca…

- Discapacidades -le apuntó María-.

- Sí, discapacidades. Lo era por su… porque era especial, única. Lo amaba todo, era muy apasionada y cariñosa, no había nada malo en ella.

Irene esta vez rompió a llorar con ganas, no pudo seguir hablando durante un rato, por un momento pareció eternizarse, pero pronto paró en seco, volvió a secarse con la manga, y continuó.

- Perdón, amigos. Elisabeth se convirtió en mi mejor amiga, pero algunos no fueron buenos con ella. Se burlaban, la empujaban… Pero aún así, ella no dejaba de quererles, de ser generosa. Estoy convencida de que, esté donde esté, seguirá llevándonos en su corazón.

El grupo entero aplaudió la intervención de Irene. Muchos de ellos lloraban a moco tendido, incluso María, la tutora, no pudo reprimir el llanto.
Uno a uno fueron saliendo al centro del círculo los compañeros de Elisabeth, explicando cada uno de ellos sus experiencias con ella. Y le llegó el turno a Alberto, el líder de la cuadrilla de abusones, los que más se burlaron de Elisabeth durante los tres años que fueron juntos a la escuela.

- Todos sabéis que yo, junto a otros, no fuimos buenos con Eli. Lo siento, de verdad, fuimos crueles… Pero lo peor fue no dejarla ir de fin de curso, y de eso son responsables nuestra tutora, María y Ramón. Se negaron a que ella viniera. ¿Quién puede culparlos ahora?

* * *

La madre de Elisabeth no sabía cómo explicarle que no volvería a ver sus compañeros de escuela, aunque ahora iría al instituto, ninguno de ellos podría ir.
El autocar, de vuelta del viaje de fin de curso, no llegó a su destino.

Ahora todos recordaban a Elisabeth sentados en un gran círculo.



Fin







jueves, 13 de junio de 2019

Elixir

Lentamente los incisivos van rasgando la piel, acto seguido la boca baja ligeramente, lo suficiente para que los caninos se introduzcan por la leve herida del cuello, la corona se transforma y el marfil se afila, los dientes se tornan colmillos y penetran en la yugular. Brota la sangre y esta es bebida sin prisas y sin pausa, con extremo deleite. Las pupilas se encienden como brasas incandescentes. Así me alimento contigo, tu sangre es mi elixir.  


martes, 4 de junio de 2019

Elisabeth

Un arañazo en la espalda puede ser un acto apasionado mientras haces el amor, pero también puede ser el primer síntoma del terror más puro, sobre todo si cuando te lo hacen estás completamente solo y a oscuras, sentado al borde de la cama, reflexionando sobre otros asuntos paranormales que vienen sucediéndose desde hace unos pocos días.

Esa ventana que se abre durante la noche, esa brisa que recorre tus sábanas y te acaricia el rostro, ese beso en la frente que te despierta con un sobresalto… Hará tres días que alguien empezó a visitarme en mi habitación, un espectro, un ente que me desea. ¿Quién podría ser? La espalda me sangra y empiezo a recordarla. Es ella, Elisabeth, mi difunta ex novia. Regresa a mi mente el momento exacto que corté nuestra breve pero intensa relación, las palabras que me dijo antes de marcharse para siempre, ¿para siempre?, eso creía.

Me dijo: “nadie me ha hecho sufrir tanto como tú, y prometo que muy pronto te arrepentirás de todo el dolor que me has causado”.

Una semana más tarde me enteré de su suicidio, aquella misma noche que nos vimos por última vez... ¿última?, no, ella está aquí de nuevo, ha vuelto para cumplir su promesa de venganza.

No entiendo como es posible que no fuera ella quien acabara con nuestra relación, después de todo, ella tenía razón, fui muy cruel con Elisabeth, cada uno de los días que estuvimos juntos. Pero acabé por aburrirme.

Siento un dolor indescriptible en mi vientre, aparecen moratones en mis muslos, y empiezo a sangrar por el recto… su venganza se está consumando, es un ojo por ojo y diente por diente.

Han pasado dos días, sigo con vida, y el espíritu vengativo de Elisabeth ha dejado de visitarme. No concilio el sueño, el dolor físico ha cesado, pero ahora es más intenso, está en mi sangre, en mi alma. Creo que solo hay una manera de acabar con este sufrimiento, del mismo modo que lo fue para ella. Este es, sin lugar a dudas, el final que merezco. 

Pero una vez yo muera, no sentiré la necesidad de venganza que sintió ella, no iré a visitar a nadie. Pues para mí... no debe haber lugar en este mundo.



Fin


viernes, 10 de mayo de 2019

Villa Truequena

Ocurrió hace más de mil años, o quizás dos mil, un día de primavera en el que todo el pueblo olía a flores de cerezo y almendro. Zona rural, casitas de piedra, madera y arcilla. Las gentes de allí se dedicaban al pastoreo, a las granjas de ovejas, vacas, gallinas y cerdos, y al cultivo de maíz, pipas de girasol, hortalizas y tubérculos. La fecha de los acontecimientos data de cuando Matusalén perdió la zapatilla, hará tres mil o quizás cuatro mil años.

Mi nombre es Griselda, tengo doce años. La abuela de la abuela de la abuela de mi abuela, y puede que algunas abuelas más atrás... una de ellas, por aquellos años, vivió en aquel pueblo, estuvo presente en el meollo de lo que allí pasó. Ella se lo explicó a su hija y esta a la suya, y así hasta el día en el que mi mamá me lo contó a mí. Y ahora yo la escribo, para que la pueda leer quien quiera.

Mi ta-ta-ta-ta-tara abuela se llamaba Griselda, ¡sí! como yo. Paseaba aquel día de hace miles de años, un día de primavera, saboreando los aromas de flores de cerezos y almendros, con su canasto de mimbre repleto de frutas frescas, camino del mercado a su hogar. En aquel mercado ni se vendía ni se compraba nada, era lugar de trueque, allí cambiaban frutas por leche, leche por miel, miel por legumbres, legumbres por pan, y así hasta que todas las aldeanas y aldeanos tuvieran todo lo necesario y variado para disfrutar de todo lo que allí conrearan, cultivaran u ordeñaran. ¡Sí! en aquel pueblo no existía el dinero, solo el trabajo y el reparto de lo recolectado. ¡Qué maravilla! pensé el día que por vez primera me explicó esta historia mi mamá. Pero… ¡ay! siempre tiene que haber “peros” en las historias maravillosas. Un buen día la cosa empezó a torcerse, el mismo día que llegó al pueblo un hombre alto, delgado y con un infame bigote bañado en cera de abeja. El señor, Piter Potter Pots. La gente del pueblo, al poco de conocerlo mínimamente en profundidad, empezaron a llamarle el señor Trespés, por su nombre y apellidos, sí, pero sobre todo por pretencioso, presumido y pedante, una combinación exacta de esos defectos era la actitud imperante en Trespés. Se las daba de gran conocedor en cualquier materia, según él era el mejor cultivador, pastor y agricultor que había sobre la faz de la tierra, sin embargo, en todo el tiempo que permaneció en Villa Truequena nadie le vio dar un palo al agua. Pero bien que tenía que comer y beber, y tener un hogar en el que cocinar y dormir. Así que el día que llegó, sin más equipaje que su bigote encerado, el hombre se dirigió al mercado con su pose curvada y sus pasos de flamenco patilargo. Se detuvo frente al puesto de patatas, zanahorias y remolachas y sonrió con una extraña mueca a doña Agustina, mostrando varios dientes perlados y otros de negro hollín.

- Buenos días, señora.

- Buenos días, forastero.

- ¿Me daría usted cuatro de cada?

- Aquí no damos nada, intercambiamos.

- Sin duda, señora. Usted me da lo suyo, y yo le daré mañana el doble de lo que me dé, en lo que usted quiera. Puedo conseguirle lo que desee y en abundancia.

Así era el señor Trespés. Y la gente del pueblo no era tonta, pero desconocían la avaricia y el engaño, y aquel hombre era experto en ambas cosas. Un vende humos de los de antaño, un publicista, un político, un banquero de los de ahora. Y eso es lo que creó en Villa Truequena a los seis meses de vivir allí, el primer banco del mundo. Tras conseguir que varias personas trabajaran para él, en materias de las que se consideraba tan preparado, tras conseguir que le construyeran una mansión como jamás la había habido allí, tras pagar a los que le dieron víveres con otros que cultivaban y conreaban para él. Tras conseguir todo aquello con tan solo palabras, promesas, falsas sonrisas mientras se acicalaba el bigote y mentía a todos sin tapujos ni escrúpulos. Creó un banco y con él, el dinero, y con este, la deuda.

A los tres años de la llegada del señor Trespés a Villa Truequena, al pueblo no le quedó ni el nombre, por aquel entonces, aquel lugar se pasó a llamar Deudalandia, y los aromas pasaron a ser; de flores de almendro y cerezo a humos de pólvora y ceniza.

Algunos cuentan este cuento como una historia de prosperidad, de civilización y beneficios, pero tanto mi ta-ta-ta-ta-tara abuela Griselda como yo, bien supimos y sabemos que la llegada del señor Trespés fue una desgracia, y que las aldeanas y aldeanos de Villa Truequena pasaron de ser afortunados, a ser; ricos o esclavos.



Fin

jueves, 15 de noviembre de 2018

El Bosque Eterno

La madre de Violeta se acercó a esta con un humeante plato, la pequeña estaba sentada a la mesa.

- Hoy he preparado algo que jamás había hecho, lentejas con chorizo.
- Uf, lentejas, buaj -se quejó Violeta- no me gustan las lentejas.
- ¿Las has probado alguna vez?
- No, pero sé que no me gustarán. Prefiero un plato de los espaguetis que sobraron ayer.
- ¿Estás segura? Pruébalas al menos, y si de verdad no te gustan, te pondré un plato de espaguetis.

Violeta observó las lentejas, la verdad es que olían muy bien, pero la pinta no le pareció apetitosa.

- Pruébalas, cariño -insistió su madre-.

Violeta cerró los ojos y apretó los puños.

- ¡No quiero!

Cayetana, la madre de la niña, no insistió más. Le quitó el plato de lentejas y fue a calentarle los espaguetis que sobraron del día anterior.

Aquella misma tarde, Violeta paseaba por el pueblo, de camino a casa de su amiga, Rosalía, que se encontraba cerca del bosque que rodeaba Masdemboqueras. Todos en el pueblo decían que no había que adentrarse en aquel bosque, que era un lugar embrujado, y que todo aquel que allí entraba, no podría salir jamás. Los que antaño se aventuraron a explorar en la frondosidad de aquel bosque no regresaron, y los que fueron en su busca, tampoco.
Violeta se acercó a la frontera entre el bosque y el pueblo, se detuvo muy cerca de una de sus entradas, unos árboles creaban un arco con sus ramas, formando un portal de cuento de hadas. Por un instante sintió ganas de cruzar aquel portal y adentrarse en el bosque. ¿Cómo era posible -se preguntó Violeta-, que si nadie había salido de allí, ciertas personas, sobre todo ancianas, contaran maravillas de aquel lugar? Ella no creía que al entrar no podría salir, que no existía ningún embrujo ni hechizo, que era un cuento que les explicaban a los niños para que no fueran allí y pudieran perderse. Ella confiaba en que no se perdería, que sabría regresar sobre sus pasos. Cerró los ojos, apretó los puños, y dio tres zancadas.
Abrió los ojos, dos filas de enormes árboles custodiaban un camino de fina hierba, un sendero recto en el que se podía ver a lo lejos un claro abierto. Violeta sonrió satisfecha de su decisión, pensó en recorrer aquel estrecho camino y ver que había al otro lado del claro, que tan solo haría ese recorrido y regresaría al pueblo. Pensó que con eso ya se sentiría complacida, valiente por haberse adentrado en el bosque prohibido. Mentiras las de aquellos que dicen que de aquí no se puede salir una vez entras, -se dijo a sí misma en voz baja-. Saldré por el mismo lugar por el que he entrado. Y Violeta se giró para observar el portal cruzado, pero tras ella no había entrada ni salida alguna, en su lugar se había erguido un impenetrable muro de rocas y hiedra, y frente a ella un sendero, camino a lo desconocido. La pequeña, por primera vez en su vida, sintió un miedo atroz.
Aún así no restó demasiado tiempo quieta, desbloqueó su parálisis con el ansia de encontrar otra salida, y se puso en marcha. Pronto se acabó el sendero y llegó al claro, ante ella se descubrió un paraje maravilloso, un edén puro y virgen. En mitad de aquella inmensa arboleda se encontraba una era verde esmeralda, con un lago de agua cristalina, el cielo estaba despejado y los rayos del sol iluminaban el lugar, como un gran foco sobre un escenario de ensueño. Pero para Violeta la visión de aquel hermoso paisaje era amenazante, incómodo y chocante, no por la viva naturaleza que la rodeaba, ni por los alegres animalillos silvestres que allí habían; coloridos conejitos saltarines, ardillas royendo nueces, y gacelas bebiendo del lago, sino por los humanos que allí festejaban; bailando en corros patateros, bañándose y jugando en el agua. Todos ellos eran ancianos y ancianas de cabellos largos y espesas barbas blancas, completamente desnudos, sin vergüenzas ni tapujos, radiantes y arrugados bajo el esférico celeste de fuego.
Violeta no podía escapar de su asombro, la pequeña admiraba la escena boquiabierta y ojiplática. Y de nuevo tuvo que sacar fuerzas de donde no las tenía para arrancar de su cuerpo un movimiento tras otro y encaminarse hacia adelante, una inercia por su parte con total reparo. Procuró no acercarse demasiado a ninguno de aquellos ancianos desvergonzados y llegar al otro lado, donde de nuevo se erguía el bosque, para adentrarse entre los árboles que amurallaban la zona y encontrar una salida en aquel lugar que la devolviera camino al pueblo. Pasó lo menos cerca posible de aquellos que bailaban en un círculo, agarrados de las manos y dando saltitos con los pies. En ese instante, inesperadamente y provocando en Violeta un buen susto, le habló una dulce y aguda voz al oído.

- ¿Te has perdido, pequeña?

Violeta volteó la cabeza y se encontró de cara un colorido colibrí que se mantenía en el aire batiendo las alas velozmente.

- ¿Me hablas a mí, pajarillo?
- ¿A quién si no, pequeña?

La niña no daba crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos oían. Aún así se dispuso a hablar con aquel ave, pues toda ayuda en aquel momento era bienvenida para ella.

- ¿Qué lugar es este, donde los viejos bailan desnudos, y los animales pueden hablar?
- ¡Estás en el bosque eterno! Una vez entras aquí ya no podrás ni querrás salir jamás.
- ¡Qué equivocado estás! ¡Deseo salir de aquí a la voz de ya!
- Eso es porque aún no has saboreado los frutos, ni bailado las melodías, ni cantado las canciones, o escuchado los cuentos de este mágico lugar. ¿Ves a aquella anciana sentada bajo aquel almendro? Ella es Pruna, la mujer más antigua del bosque. Ella fue la primera en llegar. Habla con ella si tienes cualquier duda, tiene todas las respuestas que podrías esperar.
Violeta se despidió del colibrí con una sonrisa y se dirigió a la anciana de larga cabellera plateada que meditaba sentada cual flor de loto bajo el almendro florecido.
Ante ella se postró haciendo una reverencia, y la saludó con cortesía.

- Buenas tardes, señora.
- Buenas sean, hijita -le respondió Pruna-
- ¿Sabe usted cómo puedo salir de este bosque mágico?
- Ja, ja, ja, ja -rió la anciana- ¡Eres de lo más linda y divertida, pequeña!

Violeta hizo una mueca, con media sonrisa y el ceño fruncido.

- No bromeo, señora. Deseo salir de aquí, mi madre debe estar muy preocupada.
- ¿Tu madre? ¿Ella está aquí, con nosotros?
- No, desde luego que no. Ella está en casa, esperando a que yo regrese.
- ¿En casa? No hay más hogar que el bosque eterno que yo sepa. Quién no esté aquí no está en ningún lugar. Una vez entras aquí no hay otro lugar al que ir. Venga, mi niña, ves a bailar, a cantar, a reír. Come los frutos de los árboles, bebe del agua del arroyo...

Violeta interrumpió la charla de Pruna con lengua afilada y visible enojo.

- ¡Basta!... por favor -titubeó- por favor, basta, señora. No puedo quedarme aquí ni un segundo más. Si usted no me ayuda, ya me voy yo sola en busca de una salida.
- … Disfruta, salta, corre -continuó la anciana, como si las palabras de la niña nunca hubieran llegado a ser pronunciadas- juega y habla con los animales. Envejece aquí y no mueras nunca, olvida todo lo que has conocido antes, solo es aquí y ahora, no hay pasado ni futuro que reinen en el bosque eterno.

Violeta arrancó a correr desesperada, sin mirar atrás, se coló entre los los enormes árboles que habían alrededor del paraje, y voló entre la maleza, esquivando troncos y saltando rocas, hasta llegar a una pequeña montaña, la cual subió en treinta y siete zancadas.
Ya en la cima descubrió una enorme piedra circular y plana, y sobre ella un gigantesco telescopio. La niña se subió a la piedra y miró a través de la lente. Desde allí arriba pudo ver el pueblo, muy de cerca, a las personas que vivían en él, y localizó a su madre, frente a su casa, con claro rostro de preocupación, mirando una y otra vez a ambos lados de la calle, y Violeta supo de inmediato que era a ella a quien esperaba hallar.
La niña se puso muy triste, se separó del telescopio, se sentó en el borde de la gran piedra circular y empezó a llorar. “Jamás saldré de este maldito lugar -pensó-, envejeceré aquí, y nunca moriré. Lo único que podré hacer es olvidar todo lo que fui, a todos a quienes amé y me amaron, acabaré bien loca, bailando desnuda con los demás ancianos, y comiendo los frutos de esos árboles”…

- ¡Violeta! -le gritó su madre, alarmada- ¡Violeta!

La pequeña agarró una servilleta y se secó las lágrimas con ella.

- ¿Qué te pasa, cariño?

Violeta tardó unos minutos en controlar su respiración y relajarse.

- Nada, mamá, no me pasa nada. Me he asustado y no sabía cómo volver.
- ¿Volver? ¿Volver de dónde?
- No lo sé mamá, no lo sé.
- ¡Ay, hija mía, cabecita loca!

Cayetana abrazó a su hija, y así estuvieron un rato, hasta que ambas se sintieron mucho mejor.

- Mamá…
- Dime, mi niña.
- Me gustaría probar tus lentejas.




Fin

Unicornio Rosa: Capítulo 2 "La pastilla y el arcoíris"

Unicornio Rosa ¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en ...