Me fusiono con lo que eres, y siento lo que tu sientes, profundamente. Experimento una conexión completa.
No recuerdo mi nombre. No sé cuanto tiempo hace que no salgo de este lugar. No sé por que sigo vivo, si es que lo estoy. Ni me alimento ni me aseo. No hago nada, no soy nadie. Tan solo me descubro paseando por los mismos rincones, una y otra vez. Todo está mugriento, trastos viejos, rotos y sucios, por todas partes. Me cuesta caminar entre tanta basura. Me hundo en ella a cada paso que doy. Ya casi ni puedo avanzar.
¿Quién es ese anciano de ojos tan parecidos a los tuyos? ¿Quién eres tú?
No logro rendirme. Mi mente, la cual no sé a quién pertenece, tan solo me dice una cosa; no puedes rendirte. Debes continuar. Se afana por encontrar una luz al final de este mugriento lugar en el que me encuentro.
Abro una puerta y, con dificultad, me abro paso. Mis pies están atrapados por un mar negro, denso y oscuro. El olor es horrible. A duras penas puedo levantar las piernas para caminar entre el fango. Me sumerjo en este baño de lodo. Ahora tampoco puedo respirar, mis pulmones se encharcan de suciedad. Pero no muero, o a caso, ¿ya estoy muerto? No lo sé.
Hay una mujer que me observa desde la lejanía. Esos ojos, me invitan a regresar. Pero no sé quien eres. Estás demasiado lejos para saber que me quieres decir. Veo que mueves los labios, intentas decirme algo, pero tengo los oídos llenos de mugre.
Es asfixiante, pestilente, y todo lo engulle. La mugre está en cada átomo de mi cuerpo, en cada molécula del espacio en el que me hallo. Y tú, reluciente y cristalina, al otro lado del muro de cristal, me sonríes, y yo no comprendo nada.
Daría todo lo que poseo por un recuerdo, por una pista de quién soy, de dónde estoy, de quién eres tú. Pero no poseo nada, más que mi pensamiento confuso.
Mis córneas se cubren de la oscuridad aquí reinante. Ahora tampoco puedo ver. Se han apagado todos mis sentidos. Y dejo de pensar, para empezar a soñar.
No sé cuantas horas he dormido. Sé que he dormido porque acabo de despertar. Sé qué he soñado, pero no sé el qué. Tengo un recuerdo hecho de sensaciones de agitación, el sudor y los nervios a flor de piel. He tenido pesadillas, pero lo que encuentro al despertar creo que es peor, peor que nada. Suciedad.
El día es un paseo por este lugar de paredes negras, arrastrando y hundiendo mis pies. Hasta que no puedo respirar. Hasta que no puedo ver, ni pensar. Hasta que me duermo de nuevo, y vuelvo a despertar. Un día tras otro, no sé cuantos llevo ya. ¿Meses, años? ¿Una vida tras otra? ¿Despierto y duermo? ¿Vivo y muero?
De repente, alguien posa su mano en mi hombro. Eres tú, la mujer de ojos verdes y marrón miel, cómo los de ese anciano. ¡Lo recuerdo!
Puedo oírte hablar.
- Tranquilo, papá.
Rompo a llorar, y las lágrimas limpian nuestro hogar. La mugre desaparece por un instante.
Me acompañas al baño y me plantas frente al espejo.
¿Quién es ese anciano?
Sus ojos son bonitos, ¿verdad?
Fin
Un relato magistral. Creas un ambiente claustrofobico con toneladas de mugre que esconden la memoria de un hombre castigado por la enfermedad. Muy bien narrado, terrorífico como el olvido.
ResponderEliminarYa te puedes imaginar lo feliz que me hace que alguien como tú, de quién tanto admiro su escritura, me regale un calificativo tan bueno sobre el relato.
Eliminar¡Muchas gracias, Zesar!
¡Abrazo, Compañero!
Esta terrible situación de no saber quién eres, de haberlo olvidado de vivirte donde no te reconoces... dicen que finalmente somos nuestros recuerdos...Triste, muy triste con lindo final.
ResponderEliminarAbrazo!!
Sin duda, es una situación muy triste. He tocado este tema desde un punto de vista positivo (en: La Fuente de Alférez), y ahora desde el negativo. Trabajo en un hospital, y he visto personas con la misma enfermedad, experimentándola de diversos modos. Ésta es la peor cara del olvido, la que refleja un mundo claustrofóbico de mugre.
EliminarMuchas gracias por la lectura y comentario, Diana.
¡Abrazo, Compañera!
Muy triste, muy real. Ese no saber, no encontrarte, no conocerte. Esa enfermedad que llena de oscuridad. Muy bien descrito.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un besillo Hermano de Letras.
La oscuridad de esa enfermedad es lo que he querido reflejar en este relato, me alegra de que así lo hayas apreciado.
EliminarMuchas gracias, María.
¡Besillos, Hermana de Letras! ;)
Un relato que encierra esa dejadez de no saber donde está , ni saber quien eres, no sabe si vivir o morir es lo mismo. Estupendo final . Un abrazo
ResponderEliminarEsta frase que has escrito; "no sabe si vivir o morir es lo mismo", es una síntesis perfecta del relato.
EliminarMuchas gracias, María del Carmen.
¡Abrazo, Compañera! ;)
Ese abismo negro en que nos hundes junto al anciano que desesperado busca una salida a sus propios recuerdos, nos hace sentir su misma angustia se no saber que, como ni cuando. Genialmente descrito Edguitar.
ResponderEliminarBesos, celdiaco.
Es un gran halago leer que se puede sentir la angustia descrita.
Eliminar¡Muchas gracias, Mendielita!
¡Besos, Celdíaca Compañera! ;)
La verdad es que no dejas impasible con estas letras. Lo lees una y otra vez, como si de verdad, igual que el anciano, quisieras salir de ese mundo de mugre (genial metáfora), donde el tiempo viene y va según su capricho, dónde no hay más salida que dormir, para volver a despertar en el mismo sitio. Y de vez en cuando, una chispa de claridad, pare reconocer en los ojos verdes y marrón miel, un poquito de ti mismo.
ResponderEliminarEscalofriante porque es el punto de vista del enfermo. Impresionante cómo has conseguido meterte en la piel de quien lo ha olvidado todo, de quién no sabe si sentirse vivo o muerto. Escalofriante pensar que pueda ser así.
Te felicito. Muy bien trabajo. Un abrazo
Una posición visceral a la hora de describir sensaciones ajenas de la manera más impactante posible. Un juego entre escritor y lector en el que sentir y compartir.
EliminarTus palabras me animan a seguir publicando en este blog.
¡Muchas gracias, Isidoro!
¡Abrazo, Compañero!
Intenso e inmensa narración, sobre todo, me ha gustado como transmites esa sensación de desconcierto, esa idea de que la realidad se deforma a nuestro lado, la que seguramente puedan tener los ancianos que padecen esta cruel enfermedad que te mata en la vida, haciéndote ignorante hasta de tu propia existencia. Saludos!
ResponderEliminarTu comentario me honra.
EliminarSi el texto transmite, suena la campana.
Ignorar la propia existencia, creo que eso el quid de la cuestión, y lo que nos rodea en ese instante, el reflejo o la sombra de lo que somos.
Muchas gracias por tu lectura y comentario, David.
¡Saludos, Compañero!
Maravilloso y tremendo relato, Edgar. Consigues zambullirnos sin dificultad en un mundo oscuro y sucio que constituye la realidad de tu protagonista, y también la nuestra mientras te leemos. Describes sin mencionarla ni una vez, de un modo totalmente empático, una enfermedad que creo que a todos nos da miedo. Ponerse en la piel de quien la padece a través de tus brillantes letras, me encoge el corazón.
ResponderEliminarMuy bueno, Hermano de Letras. Siempre es un placer pasar por tu casa :))
¡Un abrazo!
Valoro muchísimo tu comentario, Julia.
EliminarAún me queda mucho por aprender, es lo maravilloso de la escritura, que siempre se puede mejorar. Pero con palabras como las tuyas, que tanto me animan, uno siente que no lo está haciendo mal, que va por buen camino.
Espero que continuemos disfrutando el uno del otro de nuestras letras, por mucho tiempo.
Sentir admiración por parte de alguien a quién admiras no tiene precio.
Mi casa es tu casa.
¡Mil gracias, y un gran abrazo, Hermana de Letras! ;)
Hola! Que gran relato, en todo momento transmites muy bien la sensación de claustrofobia que debe de producir sentirse así. Es triste pero real.
ResponderEliminarUn saludo :))
¡Hola, María! Bienvenida al Rincón.
EliminarMe alegra leer que el texto te ha transmitido dicha sensación.
Una triste realidad, sin duda.
Muchas gracias por la lectura y el comentario.
Saludos. ;)
Ya lo han expresado bien todas las personas que han comentado, porque una de las sensaciones que inspira el texto es la claustrofobia. A ello añadiría la tristeza que da el texto al pensar en que pudiera ser nuestro final. ¿Quién desearía pasar sus últimos días privado de los recuerdos y el conocimiento adquirido en toda una vida? Es casi tan triste como la mítica canción de Queen sobre quién quiere vivir para siempre, sobretodo perdiendo en el camino a todo ser que te importa.
ResponderEliminarQue me enrollo. ¡Buen texto y bien enfocado el mensaje a transmitir! ¡Un abrazo!
La claustrofobia y la tristeza son patentes en el pesar del protagonista, y me parece muy interesante la idea de la angustia por la vida eterna, podría ser un gran tema a tratar en otro relato.
EliminarMuchas gracias por la lectura, y por tu positiva valoración, José Carlos.
¡Abrazo, Vaquero! ;)
Puras sensaciones que nos haces vivir al leerte de una forma brutal. Excelente, Compi!!
ResponderEliminarAbrazo grande!!!
Muchísimas gracias, Flora.
EliminarTus palabras me halagan, y tu nota me anima sobremanera.
¡Abrazo grande, Compañera! ;)
Que feo debe ser llegar a viejo y no reconocerse. Muy palpable la sensación de desazón de ese hombre.
ResponderEliminarSaludos.
Cómo un recién nacido, ignora su identidad mas siente y padece cómo cualquier ser vivo.
EliminarMuchas gracias por la lectura y comentario.
Saludos, Raúl.
Demoledor retrato del olvido, Edgar. Muy bueno!!!
ResponderEliminarAbrazo!!!
Muchísimas gracias, Mª Jesús.
Eliminar¡Abrazo, Compañera! ;)
Un relato triste, demoledor y con un broche tierno al final. Me ha parecido muy acertada la forma en que tratas la enfermedad, ya que me ha llenado de un sentimiento agridulce.
ResponderEliminarHace pocas semanas leí en el blog de David Rubio un relato (muy bueno también) que trataba la misma temática.
¡Nos leemos!
Muchas gracias por la lectura y acertado comentario, Noemí.
EliminarEs un tema bastante concurrido entre relatistas, ayer mismo leí también un relato con cierta esencia parecida a este.
¡Nos leemos, tarde o temprano! ;)
Edgar, doloroso, angustioso y que te deja con sensaciones muy tristes. Describes perfectamente esa angustia, ese sin saber de una terrible enfermedad que no respeta nada y estoy de acuerdo con la comentarista anterior sobre la ternura de la escena final que acongoja aún más, te deja con un nudo
ResponderEliminarExcelente.
Un saludo
Muchas gracias por tan profundas y sentidas palabras, Conxita.
EliminarMe honra tu valoración en cuanto a las sensaciones del relato.
¡Abrazo, compañera! ;)
He tenido la sensación al leer tu relato de introducirme en la mente de un ser que está perdido en una dimensión de la cual no sabe salir, pero incluso ahí, nadie ni él, está solo. Siempre está esa luz, que en este caso a través de su hija, lo ilumina.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Edgar, lo has escrito con gran sentimiento, y me alegro de haber pasado por tu casa e introducirme en tus letras.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, Mila, por tan sentido comentario.
EliminarSiempre está esa luz, en este caso es su hija, cómo bien dices.
Me alegra que te haya gustado, compañera.
¡Un abrazo!
Hola Edgar,
ResponderEliminarSe añoran tus letras compañero, por eso me he pasado por tu casa, me encanta ver que tienes el blog como antes, :)
Es un relato devastador, rompe el corazón del lector, oprimiéndolo a medida que va avanzando en su lectura. Pero deslumbra ese detalle tan único que acompaña siempre a tus letras, y es el mensaje de amor y familia.
Me gustó mucho.
Un fuerte abrazo.
Tus palabras me honran y me halagan, Irene.
EliminarSí, ando poco por G+ y tengo el blog aparcado, estoy trabajando en mi primera novela.
Me alegra que te haya gustado este relato al que le tengo especial cariño.
Mi casa es tu casa.
¡Un fuerte abrazo, Compi! ;)