Lunes, 23 de Febrero del 2015, 15:10h
- ¡Qué cojones! ¡Los ovarios como escarpias de acero velludo! ¡A mí no me censura tu madre, no!
Dio un portazo y salió del apartamento.
Amanda Porter se fue al trabajo, a cumplir con su jornada partida, cuatro horas más, en las oficinas del New Post Seattle. Le cantaba al salpicadero del auto, "Woman don't cry for him".
Le dolían ambas manos, aferradas con fuerza al volante. Ya habían pasado catorce años desde que se rompió los escafoides jugando al tenis, pero el dolor era casi constante.
Tecleaba veloz el artículo sobre las últimas respuestas del entrenador de los Dolphins de Miami en una entrevista que ella misma había realizado por la mañana.
- ¿Listo?
- No, jefe, deme diez minutos para las correcciones.
- ¿Correcciones? ¿No dispones de corrector automático?
- Puntuación y estructura, jefe.
- Cinco minutos, Amanda.
Clarice Hellington se acercó a su compañera. Sus ojos llorosos la alertaron de inmediato.
- ¿Que ha pasado esta vez, mi niña?
- ¡El cabrón de Peter!
- ¿Que te ha hecho ese mamón?
- Lleva días manoseándome, empañándome las gafas con su horrendo aliento.
Peter Mitch era compañero de ambas, escribía la columna del tiempo, el horóscopo y se encargaba de la sección de entretenimientos, crucigramas y demás.
- ¡Ese hijo de puta, me las va a pagar! - Sentenció Amanda, mientras borraba con su pulgar una lágrima de la mejilla de su amiga -.
- ¿Sabes que ha hecho el muy cabrón?
...
- El sabe que soy Sagitario y mira, lee el horóscopo de hoy.
Amanda agarró el periódico para el que trabajaban y leyó.
Sagitario:
"Desea lo que se te avecina, es pura pasión. Hoy en tu trabajo alguien te alegrará el día.
Correspóndele como se merece"
- ¡Hijo de puta enfermo! ¡Deberías atarlo a una silla y cortarle los huevos!
- Nada me complacería más, amiga.
Clarice no quería denunciar a su compañero, le debía su puesto de trabajo y él se aprovechaba de esa situación, si él caía, ella también. Peter era el yerno de Tadeo Michaels, el director del periódico.
- ¿Has acabado el artículo, Amelia?
- Amanda, señor Michaels.
- ¿Listo?
- Si, jefe.
- Bien, envíelo a edición.
- Si, jefe. Ya está enviado.
El dolor en las muñecas era insoportable, ni las pastillas podían eliminarlo, se propagaba hacía sus brazos, le recorría el pecho. El dolor era latente en su interior.
De regreso a casa. Le cantaba al salpicadero, "You are not a machine".
* * *
Susan no probaba bocado, su madre sostenía el tenedor con su mano izquierda, en un vaivén incesante, concentrándose en su hija mayor.
Samuel embadurnaba sus guisantes con otra gran cucharada de mayonesa, apenas se distinguía el verde bajo aquella espesa capa blanca que rebosaba el plato.
George hacía rato que había terminado. El marido de Amanda tecleaba en la pantalla de su teléfono móvil, con la mirada por debajo de sus gafas y el aparato por debajo del mantel.
Amanda se dirigió a su hija.
- Dime, cielo. ¿Que tal en el instituto?
Susan no contestó, miró su plato e hizo una desagradable mueca.
- No tengo hambre.
- ¡Eres un hueso! - Le gritó su hermano -.
- ¡Calla, enano! - Se defendió ella -.
El padre intervino.
- Vale, chicos.
- ¿Esta es toda la comunicación que va a tener esta familia? - Preguntó retóricamente, Amanda -.
Susan se levantó de la mesa y se marchó a su habitación. George le hizo un gesto a su mujer para que la dejara marchar sin represalias. Samuel se atiborraba de guisantes bañados en su salsa favorita.
- ¡Samuel, no te pongas tanta mayonesa!
- Vale, mamá. No me pondré más.
George continuó con su chat móvil.
- Y, tú... George. ¿Podrías dejar tu teléfono en paz mientras comemos?
- Es un compañero de trabajo, necesita que le ayude con algo.
En su pantalla, George admiraba unos grandes y oscuros pezones derramando un hilo de leche condensada.
* * *
George se desenfundaba los calcetines al borde de su cama.
- ¿Como te ha ido en el trabajo, cariño?
- Bien, como siempre. - Contestó, Amanda -. ¿Has hablado con tu madre?
- Venga, Amanda. Ya sabes como es, no lo ha dicho en serio. No se lo tengas en cuenta, tiene más de ochenta años.
- Ya. Lo siento, cariño. Ultimamente ando un poco estresada.
Amanda se acercó a su marido por la espalda y le besó en el cuello. Él interrumpió aquel gesto cariñoso metiéndose bajo el edredón.
- Estoy agotado, Amy. Necesito dormir.
- Sí, yo también. Buenas noches, George.
Él no contestó, en pocos minutos, sus ronquidos eran el único sonido de aquella casa.
Amanda restaba absorta en sus pensamientos, con los ojos abiertos como crisantemos. Sabía perfectamente que no tardaría menos de un par de horas en dormirse.
Samuel dormía plácidamente.
Susan chateaba con su novio.
* * *
Amanda Porter es trasladada en camilla al Box-06. El enfermero la pone de costado y le baja bragas y pantalones, le agarra de una rodilla y un hombro para que no se desplome. Por detrás una enfermera le aplica una lavativa. El estreñimiento es insoportable. En unos minutos aquello estalla, una explosión de mierda inunda el habitáculo. Amanda despierta empapada en sudor. El recuerdo de la angustiante y asquerosa pesadilla la paraliza por un instante.
Mira el reloj, son la 1:11 de la madrugada. Se vuelve a dormir, después de ir al lavabo y hacer de vientre, después de tomarse una leche caliente con miel, después de fumar un cigarrillo en la terraza... Vuelve a dormirse, después de mirar de nuevo el reloj. Son las 2:10... En cuatro horas y diez minutos sonará el despertador, piensa. Y por fin, se duerme.
* * *
Martes, 24 de Febrero del 2015, 6:20h
A las 6:20 suena el "bip... bip... bip... bip"... "bip... bip... bip... bip" ... "bip... bip... bip... bip"... Amanda clickea la pestaña que detiene el agudo e infernal sonido, mal sano y a su vez portador de cierto alivio, el prematuro despertar. Indeseado alcance del obligado fin del reposo mas salvador de la pesadillesca noche. En realidad, la función del sueño no ha sido satisfactoria, por breve y agitada.
Se calza las zapatillas, se pone en pie y se dirige a la cocina a prepararse un café con leche.
Se remoja las manos y el rostro, empapa sus cabellos, se peina la media melena, de nuevo mira el kit de maquillaje y su pintalabios, de nuevo cierra el pequeño cajón del tocador sin darles uso alguno.
De camino al coche, aparcado dos calles más allá del portal de su vivienda, Amanda consume un cigarrillo, observando como la poca claridad de la luna alumbra los charcos de la lluvia nocturna.
Taconea las baldosas con cierta musicalidad inquietante, al son de sus palpitaciones que procura serenas. Las orejas de la ansiedad despuntan tras ella buscando una grieta por la que emerger.
"My god" de Jhetro Tull suena en la radio del auto, Amanda se aferra al volante y tararea esa canción que le trae recuerdos de adolescencia, se imagina, de camino al trabajo, estirada en el césped del instituto, fumando hierba con su amiga, Susan Pitt.
* * *
- Ha llamado Steve Fuller, ese cabrón está realmente cabreado. No habrá querella, siempre y cuando redactes tus disculpas.
- Redacté sus respuestas al pie de la letra. - Se defendió, Amanda -.
- Lo sabes - señaló, Tadeo Michaels - no se trata de eso, debes pulir y no lo has hecho.
- Ese tío dijo "No se puede pedir más de un inútil que no escucha" ... ¿Como pulir eso?
- Si el entrenador de los Dolphins insulta a uno de sus jugadores en la entrevista, debes omitirlo o suavizarlo, lo que se dice en el calentamiento del instante no debe salpicar al periódico, ese tío, como tu dices, nos paga parte del postre, Amelia. Es co-fundador del Magazine "Journal Ball" y esa revista aporta mucho en nuestra sección comercial.
- Amanda, señor Michaels.
- Lo que tu quieras, Porter. Redacta tus disculpas, y añade... "No dijo inútil, si no..." Lo que sea, Porter, pero arréglalo o ...
- O, ¿Qué?
- O, tu misma.
Amanda se tomaba su tercer café en el descanso de las 10:00.
Clarice se acercó a ella, extrañamente feliz, peculiarmente radiante. Mostrando una sonrisa, un tanto perturbadora.
- Mi niña... Te veo muy... ¿Bien?
- Estupenda, Amanda.
Clarice Hellington, dio una vuelta, haciendo volar su falda granate cual bailarina de ballet.
- Estás... ¡Radiante!
La toma de litio mantenía ligeramente estable la bipolaridad diagnosticada de la compañera de Amanda. Sin embargo, Clarice presentaba drásticos cambios de estado anímico. Las últimas semanas, tales cambios de humor se manifestaban con demasiada frecuencia a los ojos de su única amiga en el trabajo, y estos eran cada vez más visibles a las miradas del resto del equipo del periódico.
- ¿A que se debe tal acentuación de tu innata belleza?
- Ja, ja, ja, ja... No hables como escribes, Amanda. Soy feliz. ¡Esta tarde tengo una cita!
- ¡Vaya! Y... ¿Quién es la afortunada?
- ¡Saoirse!
- ¿Saoirse?
- Sí... ¡Saoirse!... Te hablé de ella hace un par de meses. La camarera de abajo.
- La rubia de "La Granja".
- ¡Sí!
- ¡Vaya, menudo pibón te has camelado, Clarice!
- ¡Seeeee!
* * *
Clarice Hellington era parte del equipo de edición del "New Post Seattle". Cuando trabajó en la edición de la entrevista de Amanda a Steve Fuller, entrenador de los Dolphins de Miami, reparó en la gravedad de incluir el insulto propinado por aquel energúmeno a uno de sus jugadores. Sin embargo no lo omitió, ni lo suavizó, ni siquiera se lo comentó a su "amiga".
Aquella mañana, Tadeo Michaels se enfrascó en una bronca con Amanda por aquel inciso, pero no dijo nada a los editores, el creía que la responsabilidad recaía sobre los redactores y que en edición tan solo debían estructurar, corregir gramática y ortografía y enmarcar los textos en el debido orden por las pautas establecidas del periódico.
Pero, Clarice, se la jugó esta vez. Algo así podría haber sido causa de enfado por parte del jefe incluso con edición. Una vez le había dicho a ella misma... "Si ves una perogrullada incisiva de tu amiguita, censúrala"...
Clarice no jugaba, ni se le podía atribuir la malicia a su enfermedad neurológica. Le satisfacía incluir problemas en la agenda de sus conocidos, amigos y familiares. De hecho, cuanto más estrecho el vínculo, mejor.
* * *
A las 12:00, Amanda Porter terminaba con la primera media jornada del día. Tenía una hora libre antes de ir a recoger a Samuel al colegio, escuela privada en la que el horario era distinto al de los colegios públicos de Seattle que eran de jornada contínua. El colegio de Samuel era de horario partido, salía a la una del mediodía y regresaba a las tres, hasta las cinco de la tarde. Amanda debía llevarlo a casa de la abuela. Susan iba en autobús al salir del instituto. Margarett Strauss, la madre de George, les preparaba la comida.
Normalmente esa hora, que eran más bien cuarenta y cinco minutos, Amanda los pasaba en el coche, en la puerta del colegio privado St. Lorens, leyéndo alguna de sus novelas de misterio. Pero aquel día no tenía que leer, el día antes había terminado su último libro. Al día siguiente, veinticinco de Febrero, era su cumpleaños, cincuenta y dos años a sus espaldas. Decidió ir a la librería "Los Cuatro Gatos" a comprar la siguiente entrega de la saga que estaba leyéndo. La tercera parte de "El Halcón Ciego" de Roberto Valdemón. Ese mediodía se quiso hacer un regalo.
Entró en la librería y vio a George, su marido, de espaldas a la estantería de novelas de intriga. Pensó que estaría allí para comprarle aquel libro por su aniversario. Así que salió de allí con tal de nos ser vista y estropear así la sorpresa.
Amanda esperaba apoyada en su auto, fumando un pitillo. Recogió a Samuel y fueron a casa de su suegra. Esta vez no hubo riña, más bien ausencia de palabras.
Susan parecía distraída, durante la comida, hizo unos cuantos suspiros típicos de preocupación adolescente. Su madre le preguntó, pero ella negó con la cabeza cualquier respuesta, solía ser así.
Antes de regresar al trabajo, Amanda pasó por su apartamento, a veces se encontraba allí con George, otras él no estaba, comía en el restaurante que había bajo sus oficinas. George era comercial de telefonía e internet. Ese día no estaba allí, era lo más común.
Aferrada al volante, el dolor en sus muñecas regresaba insoportable. La radio apagada. Tatareando "Cumpleaños Feliz" pensaba que tal le iría a la mañana siguiente.
* * *

Continuará...