jueves, 11 de junio de 2015

La Maldición Locker

La mansión la heredará el único de mis hijos que tiene las manos limpias de sangre... Las manos limpias de sangre... Manos... Limpias... De sangre...

Aquella última instancia resonaba en incesante bucle, mezclándose una palabra con otra, hasta crear un torbellino de indescifrable galimatías en la mente de Rose.

El sudor frío y un estado de hipertensión se adueñaron de la mujer de felina figura, envolviéndola en una atmósfera de inquietud y terrible malestar. Una invasión de angustia se aferraba a sus frágiles huesos y reptaba por su cuerpo, abrazándose a su mísera alma.

Probó de abrir su bolso Versace de cuero negro con sus temblorosos dedos. Una uña escarlata se quebró en el primer intento, pero ella no sintió nada. Tras conseguirlo, introdujo sus manos para alcanzar un pañuelo con el que secar de su frente aquella hedionda exudación que emanaba cierta fragancia a sospecha.

Pero no hallaron pañuelo alguno sus manos. Se hundieron en el bolso bañándose por completo.

Remojo tibio y denso. Las sacó de inmediato y las observó, estaban empapadas de sangre caliente y latente. Sus ojos ojipláticos se tornaron blancos y sus párpados cayeron como el telón del final de la peor de las representaciones teatrales de la historia.

Unos gritos desgarradores, pidiendo auxilio y clemencia, provenían del cielo con el eco del infierno.

Rose alzó la mirada.

Como una gigantesca crisálida, amalgama hecha de pedazos de cuerpos humanos. Tres cadáveres putrefactos. Tres hombres supurando el mal de sus muertes. Atados por el cuello de uno de ellos a una familiar soga de cuerda de amarre. El primer marido de Rose, el magnate marinero.
El segundo esposo, descuartizado por cientos de tajos propinados por cientos de cristales. El volante incrustado en la mandíbula inferior.Y el tercer cuerpo. Regurgitando borbotones de espesa espuma blanca por la boca, vomitando pedazos de pastillas y alcohol.
Una cascada de pesadillesco flujo bermellón, amarillento orín y grisáceo espumarajo.

La horrorizada Rose por fin alcanzaba el pañuelo con el que secar su frente.

- ¡Mamá! ¡Mamá!

- Eh...

- ¿Estás bien, mamá?

- Sí, si, Robert. Perfectamente.

El Sr. Worsworth restaba impaciente, con ambas manos apoyadas y agarradas al atril, desde donde había anunciado los últimos deseos del difunto, Monseñor y Barón, Don Gerald Locker de Chatternau. Santo devoto de la catedral Chatternau de nueva Escocia, hijo primogenito de los Condes Lockers de Canterbaury, marido de Lady Frida de Pomposerniaure y padre de varias ratas y un cordero degollado.

Una de las familias Españoanglofrancesas de más renombre por aquellos lares, por sus distinguidos títulos novelescos y por aquel hedor atmosférico de terribles secretos que emanaba por cada uno de los ventanales de aquella tétrica y extremadamente fastuosa mansión.

Con mirada inquisitiva, el notario, como otro mueble de aquella habitación, de aspecto antiguo y de visible decadencia humana.

- El Barón Locker concluyó sus voluntades con esta nota. "Cada uno de mis hijos, deberá pasar por el atril, desde donde tantas veces encabecé nuestras reuniones familiares..."

- ¡Monólogos patriarcales! - Vociferó, John -.

- " ... Y hablar. Su sola presencia será debidamente juzgada, sus manos resplandecerán ante los presentes, limpias o ensangrentadas. Uno de ellos, será el nuevo dueño de la casa de los Lockers de Chatternau".

- Aparta viejo. - John saltó de su asiento, empujó sutilmente al señor Worsworth y ocupó su lugar en
el atril- . Esto es una soberana estupidez, acabemos rápido con este último insulto de nuestro padre.

Las luces se apagaron, los ventanales se cerraron. Una helada ventisca envolvió a los presentes y una fluorescente figura de ojos brillantes iluminó la sala. El fantasma del joven  Andrew, con voz ronca de ultratumba, amenazó a sus hermanos.

- ¡No hay escondite posible! ¿Recordáis aquel, vuestro cruel juego? ¡Mi turno ha llegado!

Andrew, el fantasma de Andrew, ojos brillantes inyectados en maldad.

El mayordomo, el Sr. Kingston se dirigió al gabinete azul y salvaguardó así su cobarde trasero, echó la llave y meditó... " Dios, ten piedad de esta familia, perdona sus pecados, no dejes que nada ni nadie los dañe, por favor... Sobretodo a mi pequeño, el señorito John..."

Una fantasmagórica ventisca abrió las puertas del Salón Bohemia, así llamado, no porque allí sonara continuamente el Bohemian Rhapsody de Queen durante las veinticuatro horas del día, si no porque albergaba una notable colección de exquisitas piezas fabricadas con dicho cristal, evidentemente.

Todos los allí presentes fueron arrastrados al Salón contiguo, empujados por el poderoso viento helado del más allá. 

John agarrado al atril, ambos voltereteaban por el suelo, golpeándose los huesos. Rose apretando con fuerza su Versace de cuero negro. Robert aferrado a la pierna de su madre. La mujer de John y sus gemelas, las tres cogidas de las manos, también se vieron conducidas por la incesante ráfaga al interior de la sala de los mil cristales tallados. Por último, Thomas, ojos de jade y su mamá, abrazados y con los pies por delante. 

Todos acabaron en círculo, desparramados por el parquet, maltrechos y retorcidos de dolor, por los innumerables golpes sufridos con los muebles y los cantos de las puertas, con las uñas resquebrajadas por arañar el suelo y las paredes. 

El fantasma de Andrew sobrevolaba sus cabezas, alzó los brazos, como director de orquesta y comenzó a aplaudir con fuerza, creando un tornado en el centro del Salón Bohemia.

Las piezas de aquel museo se volatilizaron creando un gran estruendo, el polvo de cristal se arremolinó y atacó con saña a todos los familiares.

Las cavernosas risotadas de Andrew abarcaban el lugar, una pesadillesca banda sonora de diabólica festividad ante aquel grotesco escenario. Los cortes se contaban por miles, las ropas descosidas, la carne trinchada, un lago de sangre bajo los pies.

- Ja, ja, ja, ja, ja - Reía el atormentador espíritu - ¡Todos! ¡Todos tenéis las manos manchadas de sangre! ¡Yo soy el dueño de la mansión. ¡Yo soy el único heredero!

Aquellos infelices se observaban las manos ensangrentadas, los gritos y los alaridos se confundían con los silbidos del macabro espectro, cada carcajada propinada por aquel ser de malévola luz del averno era un estridente pitido en los oídos de los allí presentes, todos sentían que pronto reventarían sus tímpanos y bañarían los cuadros de las paredes con sus propios sesos.

Pero, de repente, el fantasma de Andrew desapareció junto a la ventisca y el torbellino de cristal. En un instante todo se sumió en un oscuro y perturbador silencio.

La luz de un foco, procedente del techo del Salón, iluminó a las gemelas, Katya y Griselda, ambas empezaron a palmear sus manos, a jugar al "Cartero respondón".

- Uno, dos, llaman a la puerta - Comenzó, Katya -.

- Tres, cuatro, es el cartero - Prosiguió, Griselda -.

- Cinco, seis, mamá lo manda a la mierda...

- Siete, ocho, el cartero respondón... Vierte gasolina... Enciende una cerilla...

Los ventanales del Salón explotaron, haciendo añicos los cristales y grandes bolas de fuego alcanzaron a las dos pequeñas que empezaron a arder, sus carnes chamuscadas, ese olor a barbacoa inundó la sala y los estremecedores chillidos de las niñas resonaron agudos como el cántico de un cerdo en San Martín, aún así seguían canturreando aquella enfermiza canción del "Cartero 
Respondón" entre grito y alarido.

- Nueve, diez, nos quemamos vivas. - Continuó, Katya- .

- Once y doce, recoge mamá nuestras cenizas. - Concluyó, Griselda- .

Al momento, un montón de polvo gris y restos de brasas aún encendidas, creaban un pequeño cúmulo de muerte junto a trozos de huesos y telas floreadas.

John y su esposa, Marilyn, se echaron al suelo y con las manos bañadas en sangre se restregaron las cenizas por sus rostros llorosos.

- ¡Nuestras niñas! ¡Nuestras pequeñas niñas! - Balbucearon al unísono- .

El suelo crujió y se formó una gran grieta, por ella asomaba luz y oscuridad, sombra y resplandor.

El antiguo reloj de la biblioteca se descolgó de la pared y con un danzarín vaivén orbitó hacia el Salón Bohemia, hasta quedar suspendido en el centro, sobre las cabezas de los que aún restaban vivos.

Una ensordecedora campanada marcó la una del mediodía. Luego, las manecillas empezaron a retroceder a una velocidad vertiginosa. Volteaban sin cesar. A través de los ventanales rotos, los allí presentes observaron como el tiempo también daba marcha atrás. El día se hizo noche en un santiamén. Las nubes grises se acumularon en la inmensa nocturnidad, dejando entrever una enorme y brillante luna llena. Blanca luna, como el rostro de los familiares.

El reloj se detuvo a las doce en punto. Doce aterradoras campanadas se hicieron dueñas de los oídos de los presentes... La hora de los demonios, la hora de las brujas, la hora espectral.

El fantasma de Andrew regresó acompañado por dos entes más, el de la difunta madre, Lady Frida de Pomposerniaure y el del propio Barón, Don Gerald Locker de Chaternau.

El espíritu del Barón encabezaba el espectral trío. Ojos brillantes y amenazadores rostros. Malévolas sonrisas babeando cantidades infestas de burbujeante ectoplasma.

El primogénito asesinado, el segundo, allí a su lado, ambos frutos del incesto consumado con su propio padre. Una auténtica barbarie...

A un metro de la coronilla de una lánguida Rose, arañada por el polvo cristalino del atroz remolino, vestida por un manto rojo infierno, aferrada a su bolso de cuero negro, su padre giraba incesante maldiciéndola por la muerte de su primogénito.

- Rose, tus manos huelen a muerte, a sangre inocente. Tus maridos y nuestro primer hijo. Eres la peor hija que un padre pueda tener... ¡Alza tu mirada!... ¡Prepárate para lo peor! -.

La figura felina se estremeció, su espalda se curvó como la de un gato ante las fauces de un gigantesco licántropo hambriento. Rose alzó su mirada y su boca se abrió para soltar un último alarido.

El fantasma de Gerald se deshizo. El ectoplasma fantasmal cayó como una vengativa cascada sobre su hija. Inundó su garganta, hinchó sus pulmones, engordó su vientre como un horrible embarazo salido de cuentas. Aquel flujo espectral supuró por los ojos de Rose, lágrimas del más allá, llanto desconsolado de una madre asesina, de una esposa asesina, de una mujer sentenciada.

El peso de la justicia y el odio se vertió por todos y cada uno de los orificios de Rose. Un mar de enfermiza liberación empapó su esbelto cuerpo. Tras el incesante derrame ectoplasmático, solo quedaron huesos mojados... Sin un ápice de belleza carnal.

El Barón Locker agarró el espíritu conmocionado de su hija y por una grieta, en el suelo del Salón Bohemia, entre las llamas que se dejaban entrever, la llevó consigo. Al estómago del abrasador averno. Robert saltó al agujero tras su madre, lo único que llegó allí abajo fue un muñeco de carbón. Su alma quedó atrapada en el fuego.

Allí permanecieron juntos, consumiendo su familiar reencuentro, por toda una insufrible eternidad.

Llegó el turno de John.

La extraña muerte de su madre en la bañera. Asesino pasivo de su enferma madre.

- Mi hijo, mi querido hijo. Tus manos están tatuadas con el hedor de la maldad. Dejar morir así a tu pobre madre. Me ahogué en la bañera, podías oír como pedía auxilio. Tú, al otro lado de la puerta, pude oler como gozabas con mi terror, con mi cruel destino. Asesino no es tan solo quien apuñala, también lo es quien deja que el puñal se clave por si solo y no hace nada por evitarlo. Pero tranquilo, hoy he venido aquí a liberarte del peso de tu conciencia.

Lady Frida se contoneaba como una cortina al viento, su espectral figura se arremolinó, al concluir su alegato, alrededor del cuerpo de su hijo.

John se asfixiaba, intentaba pedir auxilio inútilmente, no podía abrir la boca, su nariz estaba totalmente tapada, sus parpados enganchados a sus ojos. Atrapado. Envuelto por el ánima de su madre, como un fiambre embalado en film. Su aliento incrustado en el alma materna, una última bocanada antes de pedir perdón, la única palabra que se pudo oír en la sala. Antes de fallecer.

Ambos espíritus, madre e hijo, marcharon por la grieta. A las tinieblas, junto al resto de la familia.

Allí quedaron, en el centro de la sala, la Sra. Morse y su hijo, Thomas. Abrazados. Rozando sus múltiples heridas con las ropas desgarradas.

Tanto la madre como el joven se habían beneficiado de los asesinatos cometidos por este último, a lo largo de sus míseras vidas.

El fantasma de Andrew alzó su mano, con ese aire de director de orquesta. El atril voló sobre sus cabezas y lo dejó caer con terrible fuerza sobre ambos.

Sus cráneos se partieron como dos cocos con un martillo. El zumo de fruta tropical se deslizó por sus frentes, jugo de fresas silvestres, sangre cerebral. Dos esferas de jade rodaron hasta caer por el abismo al que conducía el portal de la grieta en el suelo. Los ojos de Thomas. Él sería testigo de lo que allí ocurriera, por siempre jamás.

Andrew hizo un último gesto, agachó su fantasmagórico rostro, dando por finalizada la gran actuación. Se oyeron aplausos, venidos del mismísimo infierno que restaba bajo la gran mansión.

Se agrietaron las paredes, el techo del caserón se derrumbó. Cada trozo de piedra, cada objeto de aquel hogar quedó destruido. Todo se introdujo por la abertura del suelo, cada pedazo de aquella enorme casa sería herencia del diablo.

Él, encantado por el espectáculo de aquella familia maldita, ahora había llegado su turno, podría abrasar sus almas por siempre jamás. Él y su ayudante habían disfrutado del linaje durante cada una de sus apariciones. Ahora, el señor Worsworth podría continuar gozando eternamente del terror en su hogar, en las profundidades de su particular paraíso del castigo.

El mayordomo, el Sr. Kingston, observaba a lo lejos. Una lágrima cayó de su mejilla, impactando sobre sus brillantes zapatos. Su mundo, su vida, su mansión, todo lo que le importaba se había esfumado junto a su único y verdadero amor, el joven John.

El terreno quedó desolado, la hendidura se cerraba poco a poco. Justo antes de que el fantasma de un bebé, surgido del cielo, se colara por el resquicio final. El primogénito de Rose y el Barón.

Aquella alma en pena, a pesar de todo, quería abrazar de nuevo a su madre, a sus tíos y a su padre y abuelo. Deseaba permanecer junto a su familia.

Era un alma inocente, pero aún así... Era un Locker.


Fin



6 comentarios:

  1. Bravo por tí, querido amigo!! Yo haré lo propio dentro de unos días, en cuanto encuentre el tiempo ;)

    Para mí este relato siempre será especial, por motivos obvios, y espero que en el futuro haya más colaboraciones entre nosotros. De hecho tengo algo que proponerte. Te escribo en cuanto encuentre un ratito, vale? :)

    Feliz noche!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias, Julia! Sabes que sin ti esto no hubiera sido posible.
      Tus lectores se merecen ese genial relato de suspense que dio pie a este.
      Me hace muy feliz saber que tienes una nueva propuesta.
      Buenas noches querida compañera y amiga de letras! ;)

      Eliminar
  2. Genial, me encantó, me encanta. Un gran relato chicos. Lo habéis hecho muy bien. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias, María!
      Me alegra que te encantara en su momento y que te siga gustando.
      ¡Abrazo, Compi de Letras! ;)

      Eliminar
  3. Estupenda idea agrupar tus capítulos en un solo relato. Lo comparto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra que te haya parecido una buena idea, Ricardo.
      ¡Gracias por compartir, Amigo!

      Eliminar

Unicornio Rosa: Capítulo 2 "La pastilla y el arcoíris"

Unicornio Rosa ¿Quieres huir?, ¿encontrar tu lugar en el mundo? ¿Qué esperas encontrar allí dónde vayas?,  ¿quién eres? El viaje empieza en ...