Sonó el despertador del móvil de Susan, con el tema "You are beautiful" de Christina Aguilera. Su padre la llevaría al instituto "Joaquin Blume" donde cursaba el primer año de bachillerato artístico.
Antes de entrar en clase le envió un whatssapp a su madre, felicitándola por su cumpleaños, la coletilla del mensaje, un emoticono lanzando un beso en forma de corazón, sería el gesto más afectuoso que recibiría de ella en todo el día. Aquello ya significaba algo para Amanda, un símbolo qué, a pesar de su carácter apático, mostraba que aún la quería.
Las palabras de la tutora de "Ciencias para el mundo contemporáneo" se amontonaban en un sin sentido en la cabeza de Susan, dispersa, flotando en una nube grisácea, donde el desamor era el gobernador de sus calamidades.
La niebla que embotaba la mente de la joven empezó a tomar un cáliz más colorido, pequeñas motas salpicaban de un rojo intenso sus neuronas, trazos de azul celeste rayaban los lunares granates, se dibujaba un mar de verdes y naranjas bajo sus párpados, un cuadro abstracto digno de Pollock que hablaba por sí solo. Susan no quería estar donde se hallaba y ese lugar era su propio cuerpo.
Susan se acercó a Lisa y posó una mano en su hombro, esta se giró, volteando su larga y negra melena, contoneó las caderas e inclinó ligeramente la cabeza, abrió sus ojos lo más que pudo y disparó una rencorosa mirada que impactó en el pecho de su compañera.
- Lo siento, Lisa.
Lisa le dio la espalda a Susan y caminó deprisa hacia el aula.
Durante la siguiente clase, Susan no dejó de observar a su último amor abandonado. Pensaba en lo bien que lo habían pasado la anterior tarde y no dejaba de preguntarse por qué tras llegar al orgasmo, tras aquel amargo cigarrillo, cortó con ella. La deseaba y ahora se sentía arrepentida, no quería hacerle daño alguno pero tampoco pretendía retomar la relación.
La joven realizaba una espiral perfecta en su cuaderno de dibujo artístico, sufriendo por el momento en el que tuviera que repasarla con el rotring, temía qué, como tantas otras veces, se le corriera la tinta y creara un manchón imborrable en su obra.
Se imaginó corriendo por un laberinto, atrapada en su espiral. No terminaba jamás, no tenía fin, el centro parecía estar cada vez más lejos. Ella no dejaba de dar vueltas y más vueltas, las paredes del recorrido se estrechaban y en el instante que tuvo que andar de costado para poder pasar por los curvados pasillos de la laberíntica e interminable espiral, el cielo empezó a caer sobre ella, hasta golpearle en el cráneo.
- ¡Susan, despierta! - Le gritó la maestra tras sacudirle con el libro de ilustraciones geométricas en la cabeza -.
Los ojos de Susan estaban completamente abiertos mas restaba inmersa de nuevo en una de sus peculiares ensoñaciones.
A las dos llegaba a su fin la hora de escuela, debía coger el autobús para ir a comer a casa de su abuela.
A la salida intentó volver a hablar con Lisa, esta vez pudo mantener una breve conversación con ella.
- Me gustas, Lisa, pero no quería comprometerme.
- Eres estúpida. yo tampoco quiero ese tipo de relación con nadie. No estoy enfadada por qué cortaras conmigo, lo estoy por qué te creíste en el derecho de cortar conmigo. Tu y yo no hemos sido novias en ningún momento, solo estábamos pasándolo bien.
- ¿Quieres que volvamos a quedar?
- Quizás... No lo sé. También quedo con algún chico, lo sabes. No salgo con nadie, tan solo disfruto todo lo que puedo del sexo.
- Yo también disfruto contigo y quiero que repitamos.
- Deberías probar con un hombre alguna vez.
- Ya te dije qué no. Me dan asco los tíos, no quiero saber nada de ellos y aún menos acostarme con uno. Me repugnan.
- Estás fatal, Susan. No tienes ni un solo amigo, dime ¿Que te han hecho?
- Nada. Son todos imbéciles, no tienen cerebro.
- Ja, ja, ja. En eso tienes razón, Susan. Me haces reír, lo paso bien contigo. Quizá sí que podríamos volver a quedar.
- ¿Quedar para qué? - Le preguntó Susan con picarona sonrisa -.
- Para follar, claro. - Sentenció divertida su amiga -.
* * *
Al llegar a casa de su abuela, Margarett, Amanda ya se preparaba para llevar de nuevo al colegio a Samuel. No celebraron allí el cumpleaños de su madre. La felicitó en persona y ya no se volvió a hablar mas sobre el tema. Samuel le había regalado una postal en forma de corazón que había hecho el mismo en la escuela.
Susan se quedó a solas con su abuela, tras marchar Amanda con Samuel. Tenía las tardes libres, se quedaba un buen rato en casa de Margarett antes de irse al gimnasio, a casa o algún otro lugar con alguna de sus amigas.
La abuela se puso detrás de su nieta y posó ambas manos en sus hombros.
- ¿Qué tal, mi niña? ¿Como te ha ido en el instituto?
- Bien, abuela. Como siempre.
Susan se entendía con su abuela mejor que con sus padres. Hablaba con ella con mayor fluidez, se sentía a gusto y relajada.
- Explícame más, cariño.
- Sí, abuela. He reñido con una amiga, pero luego hemos hecho las paces.
- Una de tus "amigas".
- Sí, abuela. Una de ellas.
* * *
Amanda trabajaba en un artículo sobre los nuevos fichajes de los New York Jets. Clarice Hellington la observaba desde el otro lado de la cristalera del despacho de edición, atenta a sus gestos y expresiones faciales, analizando cada movimiento de su compañera. Peter Mitch entregaba su recién acabado trabajo a su suegro, Tadeo Michaels. El resto del equipo del "New Post Seattle" restaba inmerso en sus quehaceres de elaboración escrita, noticias políticas y sociales, entretenimiento y deportes, anuncios clasificados...
Amanda abrió el primer cajón de su mesa de trabajo, admiró la portada del libro en reposo y en espera de ser abierto y desvelar los secretos del hijo del "Halcón Ciego". Rememoró el instante en el que llegó a sus manos.
La noche anterior, al borde de su cama, George Sellington sacó una bolsa escondida a sus pies.
- Feliz cumpleaños, cariño.
Amanda quitó el celo con meticulosidad del envoltorio. Allí estaba la tercera entrega de su amada saga literaria. Se besaron e hicieron el amor, fue breve pero intenso aquel momento en el que fundir sus pieles e intercambiar flujos de pasión anhelados volvió a ser excusa de unión entre la pareja, un pegamento qué, aunque en pocas y contadas ocasiones, a lo largo de meses de sequía, mantenía unida aquella relación tan distante y apática que se consumía lentamente en el tiempo conyugal.
Clarice Hellington tomó nota de aquella extraña expresión en el rostro de su "amiga". Una mirada voladora y una media sonrisa que sugerían el anclaje en algo bello pero apenas alcanzable. Un mero instante de fortuita felicidad que se desvanecía tan rápido como se cerraba aquel cajón. No tardaría, Clarice, en cuanto Amanda fue al servicio, para averiguar que contenía aquel escondite para que su compañera se revelase levemente feliz y distraída de su apesadumbrada rutina.
Amanda entró en el labavo de señoras, tras ella entró disimuladamente Clarice y cerró el pestillo, se lanzó a sus brazos con lágrimas en los ojos y gimoteando un incomprensible galimatías. Clarice le bañó el pecho a Amanda, la sentó sobre la tapa del váter, abrió sus piernas y posó su trasero sobre su regazo. Se quitó las gafas empañadas y empezó a pasear la lengua por sus labios. Amanda agarró los muslos de su compañera, le levantó la falda del vestido, la puso de espaldas y le agarró las tetas, empezó a masajearlas con una mano, introduciendo los dedos por el resquicio de la camisa, abrió dos botones y pellizcó sus pezones. Bajó una mano a su entrepierna, la coló por debajo del vestido, por debajo de sus bragas y masturbó con brío a su "amiga", hasta que esta explosionó en un largo e intenso orgasmo, mojando por completo la mano pecadora de Amanda.
* * *
Jueves, 26 de Febrero del 2015, 6:20h
Amanda detuvo el despertador. Jamás había soñado algo así. Un sueño erótico con otra mujer. Interpretaciones maliciosas sobre su "amiga", Clarice. Soñar con falsos recuerdos. Aún esperaba que su marido le regalara el libro qué, el día anterior, pensó que le estaba comprando en aquella librería. Solo la felicitó antes de quitarse los calcetines al borde de la cama y cubrirse con el edredón.
Con las manos aferradas al volante y la radio a todo volumen, con insoportable dolor en sus muñecas, Amanda Porter se dirigía al trabajo. Le cantaba al salpicadero "It's not just my love".
Peter Mitch jadeaba sobre las gafas de Clarice Hellington...
- Estás preciosa con esa falda, cariño.
- ¿No tienes nada mejor que hacer, Peter?
- ¿Mejor que gozar de tu belleza, pequeña?
La agarró por la cintura, justo en el instante en el que Amanda entró en la sala cafetería...
- Hola.
- Hey, Amanda. - Peter soltó a Clarice y sonrió a su compañera- . ¿Un café?
- Sí - dijo Amanda con incriminatoria mirada -.
Clarice miraba con ojos de cordero degollado a su amiga. Salió volando de la sala. Amanda y Peter se quedaron a solas. Ella se acercó a él y se plantó frente a su tiesa figura.
- Deja de molestar a Clarice, Peter.
- ¿Perdona?
- Ella es una cría, no puede darte lo que podría darte una mujer como yo.
- Eh... ¿Perdona?
- ¿Te gustaría saber lo que yo podría ofrecerte? - Preguntó lascivamente, Amanda, mientras se desabrochaba el primer botón de la camisa-.
- Sí - titubeó, Peter- . Me gustaría saberlo.
- Pues, esta tarde, aquí. A las ocho y media, cuando no quede un alma... Lo sabrás.
* * *
10:35h "Colegio Privado St. Lorens"
Samuel se peleaba con Aarón, un compañero de clase. Discutían por aclarar quién de ellos era el propietario del borrador de la pizarra. La maestra había salido un momento para atender una llamada. Aarón golpeó a Samuel con el borrador, impactó por el costado de madera del objeto en su frente, le hizo una pequeña herida, nada grave. Ambos se quedaron castigados en clase, mientras, el resto disfrutaba de la hora del recreo. Codo con codo, Samuel y Aarón copiaban cien veces; "No volveré a pelear con un compañero".
Samuel se dirigió a Aarón, en voz baja, mientras la maestra corregía exámenes en su mesa.
- Te mataré, cabrón...
Era una de esas cosas que suelen decirse los niños de once años, pero aquellas palabras en boca de Samuel sonaron del todo convincentes y aterradoras. Aarón se asustó de verdad.
* * *
Amanda llevó de nuevo a Samuel al colegio, tras comer en casa de su suegra. Aquel mediodía de nuevo hubo una fuerte bronca entre ellas.
En el coche, camino del colegio privado St. Lorens...
- ¿Una caída, Samuel? ¿Me tomas el pelo?
- No iba a decir otra cosa delante de la abuela.
- ¿Quién ha sido y por qué?
- Un chico, pero tranquila mamá, lo solucionaré.
- Bien, hijo.
* * *
Tras dejar a su hijo en el colegio y antes de regresar a su puesto de trabajo, Amanda fue a su casa. Le había enviado un mensaje de texto a su marido y este confirmó su presencia en el hogar.
- George, te vi en la librería. Pensé que me comprarías un libro por mi cumpleaños. Que ilusa que llego a ser, y para postre hoy tu madre me ha vuelto a sacar de quicio.
- ¿Ilusa? Ese no es el término correcto. Fantasiosa, eso diría yo. ¿Debemos fingir lo que no somos?
¿Debe importarme un carajo que sea tu cumpleaños? ¿O que hayas discutido con mi madre? ¡Estoy harto de seguirte el hilo, Amanda! Delante de los niños tiene un pase, pero cuando estamos a solas ya no debemos continuar con nuestros papeles teatrales. No somos un matrimonio feliz, ni tan siquiera somos un matrimonio. ¡Nunca lo hemos sido, joder! Solo somos dos necesitados cumpliendo con su deber para que no nos falte aquello que precisamos.
Amanda salió de su aletargada ensoñación con aquel vómito de realidad, propina de George.
- Tienes razón, lo siento. Me voy, llegaré tarde al trabajo.
- Eso, vete.
* * *
20: 30h "New Post Seattle"
En el edificio no quedaba nadie, los encargados de la limpieza ya habían marchado. En la tercera planta, en la cafetería, completamente solos se hallaban, Amanda Porter y Peter Mitch.
Aquel día, Peter, ni se había acercado a más de tres metros de Clarice Hellington. Ansiaba lo que podría ofrecerle Amanda en aquel momento.
Ella se desabrochó los dos primeros botones de su camisa blanco nuclear y contoneó las caderas de camino hacia él.
Peter cuando la tuvo lo suficientemente cerca la agarró del trasero, la apretó contra su cuerpo y la miró fijamente a los ojos.
- Te voy a hacer mía, putita.
El castañazo que le dio en la cabeza con la tocha grapadora de acero fue monumental, una brecha de medio palmo se abrió en el lado izquierdo de su frente y la sangre brotó a borbotones. Una cascada de flujo bermellón resbaló, empapando el pecho de Peter por completo. Cayó al suelo ipso facto, inconsciente.
Amanda limpió todo con total meticulosidad. Borró la sangre y las huellas de aquel lugar con profesional precisión.
Peter abrió los ojos y se encontró maniatado y amordazado a la silla de su mesa de trabajo, frente a su ordenador encendido.
Amanda agarró su móvil y marcó un número.
- Tengo a Peter, ya puedes venir, procura no despertar a tu padre ni a tu hermano.
- Como siempre, mamá, descuida.
* * *
14 de Mayo del 2001
En la hora oscura, cuando los demonios campan a sus anchas, libres de la realidad. Cuando todos duermen y lo onírico se hace dueño de las mentes, las almas relajadas permanecen en movimiento en el interior de los cuerpos quietos.
Entró en su habitación procurando un absurdo silencio, pues al instante, los berridos, llantos y gritos fueron la banda sonora de un demente espectáculo, deleite de un hombre perverso en busca del placer a través del sufrimiento ajeno.
La inocencia quebrada a tan corta edad, el descubrimiento de la maldad del ser humano, proveniente de aquellos en los que más confías, de aquellos que se supone que deben protegerte, y son ellos quienes más te lastiman, quienes te dan el duro golpe de la vida, la realidad que se presenta sin máscara y sin cuernos, y que sin embargo son portadores del verdadero infierno que vomitan sobre tu carne, sobre tu mente, sobre tu alma...
Penetró su frágil cuerpo con sus lascivos dedos mientras sus ojos se enrojecían por el insano gozo, cubrió su rostro con la mano, pero ella ya había podido ver el de su agresor, por la tenue luz azul de la lamparita de mesa encendida. Frotó su pene sobre el pequeño cuerpo hasta eyacular sobre su diminuto vientre y luego la limpió con una toallita perfumada.
Cerró la puerta y ahogó el llanto de la pequeña. Muerta y renacida por unos pocos minutos de sutil pero inmensa crueldad. No dejó marcas visibles a simple vista, dejó las peores huellas posibles, aquellas que no se borran ni con el tiempo, aquellas que crecen irremediablemente hacia una monstruosa transformación.
Susan fue violada y torturada a los tres años de edad.
Amanda reconoció a su nueva hija, el terror que desprendía su mirada al ver a su padre acercarse a ella, como enmudecía. Dejaba que la cogiera en brazos y la abrazara, su tristeza necesitaba consuelo aunque proviniera del hombre que la había mutilado. Su madre veía el dolor, la angustia, la apatía y el sufrimiento que emanaba por cada poro del cuerpo de su pequeña.
Poco a poco fue trazándose un plan en la mente de Amanda. Necesitaba saber que había ocurrido, que había llevado a ese ser angelical a transmitir tanto pesar en su caminar, en sus palabras rotas, en sus miradas muertas.
Se hizo una promesa, el mismo día que confirmara sus sospechas, sería el último día de vida del causante de la pérdida de vida de su hija. Lo mataría con sus propias manos.
Así fue, desde el asiento del copiloto, Amanda se abalanzó sobre su marido con el poder de la palabra y la deseada justicia por delante.
- ¿Que le has hecho a nuestra Susan?
No hizo falta respuesta alguna, lo vio en sus ojos.
Aprovechó su debilidad y le agarró el cuello con sus manos, y apretó con la fuerza de mil demonios, de mil madres desesperadas clamando el justo final del mal que se había cernido sobre su semilla.
Él, sorprendentemente, se dejó hacer, no pudo controlar tal ira. En los últimos instantes de asfixia reaccionó, pero le fue totalmente inútil, le faltaba oxigeno en su cerebro y sangre en su corazón. No logró separar los brazos de su esposa, rodeaban su mísera vida y esta se evaporó en un último aliento.
Pasó el cuerpo de su marido al asiento de ella. Condujo el camión hacía una carretera secundaria, y arrojó el cadáver en una cuneta. Le quitó la cartera y el reloj de oro, y marchó a casa de su suegra.
Le dolían las muñecas. Amanda se había lesionado los escafoides con el estrangulamiento.
Se puso ropa de sport y salió a la cancha a darle con furia a la raqueta, en un movimiento brusco, volteando los pies en busca del impacto con la pelota, Amanda cayó al suelo sobre las palmas de sus manos. Sus escafoides se acabaron de romper.
Margarett llamó a una ambulancia para que recogieran a su nuera que lloraba de dolor sobre el anaranjado asfalto de la pista de tenis.
Recostada en la cama de su habitación, la policía le trajo la noticia. Su marido había sido asesinado aquella misma mañana.
27 de Febrero del 2015, "New Post Seattle", 00:45h.
- ¿Así que este es Peter Mitch, el acosador de tu amiguita?
- Sí, es él. Pero bien sabes que no procedería tan solo por un simple acoso. Mira eso, Susan.
- Vaya... Ya veo.
- ¿Has traído a Bronson, hija?
- Sí, claro. Déjame hacerlo a mí esta vez.
- Está bien, Susan. Pero que no te suceda como con aquel motero.
- Ja, ja, ja, ja... Descuida, madre.
Los desorbitados ojos de Peter Mitch se ladeaban constantemente con cada una de las intervenciones de madre e hija, como en un partido de tenis en el que la pelota iba de un lado a otro, en un espacio infinitamente más reducido, y siendo el proyectil un juego de palabras que, Peter, no llegaba a comprender. Mas su intuición no le auguraba nada bueno.
Susan abrió su bolso y sacó un revólver de enorme cañón. El arma estaba impoluta, como si no se hubiera usado jamás.
La joven quitó el pañuelo de la boca de Peter y le introdujo la pistola acallando el breve y perturbador alarido. Los globos oculares de este se hincharon como dos neumáticos a punto de estallar, la sangre de las arterias palpitaban en las lagrimosas córneas. Su estómago convulsionaba. Dejó ir orín y excrementos al instante, bañando su asiento de amarillo y marrón... Un terrorífico espectáculo, deleite de madre e hija, de insoportable pestilencia, agravada por el potente sudor que emanaba por cada uno de los poros de Mitch.
- ¡Tienes que hacerlo antes de que le de un colapso nervioso! ¡Le puede dar un paro cardíaco! ¡Inclina un poco el cañón a la izquierda o los sesos llegarán a mi escritorio!
Susan apretó el gatillo. La cabeza de Peter reventó como un melón golpeado por un mazo de hierro. Solo que el golpe hubiera sido desde el interior de su paladar hacia el exterior de la superficie de su cráneo. Desde su cuerpo hacia el pasillo izquierdo, todo era un confetti de sangre y materia gris.
Susan y Amanda se sonrieron la una a la otra. Ambas exclamaron al unísono, como si de un lema tradicional de fin de fiestas se tratase.
- ¡Otra piñata! ¡Go -lo -si -nas!
* * *
Viernes, 27 de Febrero del 2015, 8:30h.
La zona restaba acordonada por la cinta amarilla policial. Los trabajadores del "New Post Seattle" estaban siendo interrogados por varios agentes.
Carl Bay, el detective de homicidios encargado del caso, se acercó a su compañero, el detective forense, Chris Mulder.
- ¿Que tenemos aquí?
- Es un arma de imitación.
- Ya veo, otra justiciera de la noche.
- Exacto, otra replica de la "Wildey Survivor del calibre .475", valorada en unos mil quinientos dolares.
- No comprendo porque nuestras justicieras continúan intentando aparentar el suicidio, el móvil continúa siendo el mismo.
- Otro pederasta, Bay.
- Sí, Mulder. Ya he visto la pantalla del pc de la víctima. Comprueba el nick del cliente de...
Carl Bay acercó su rostro al ordenador.
- "Pequeñas Putitas Vírgenes"... El nick es... "Hombre Diablo 43"...
- Si, Bay. Será una comprobación fácil y evidente. Este, Peter Mitch, yerno de Tadeo Michaels, cuarenta y tres años de edad, será sin lugar a dudas ese "Hombre Diablo".
Carl Bay observó entre los trabajadores a una joven pálida y temblorosa.
- Hola, señorita. ¿Cual es su nombre?
- Cla, Clarice Hellington, agente...
* * *
Martes, 3 de Marzo del 2015, 22:20h
Amanda abrió el cajón de su ropa interior, bajo sus bragas y sujetadores había una tabla, un escondite para algunas de sus secretas pertenencias. Apretando una pequeña pestaña en el fondo del cajón pudo abrir la trampilla y acceder a lo que había en su interior. Entre otras cosas había un teléfono móvil, uno de esos sencillos con tarjeta prepago. Lo guardó en el bolsillo de su bata y salió al balcón del dormitorio. Encendió el aparato y marcó el único número que había guardado en su memoria.
- Sen, necesito otra.
- Ok. Mañana.
Amanda colgó. Tenía clara la hora y el lugar donde recoger su entrega. Ya había cobrado los mil quinientos dólares que recibía cada primer día de mes. Dinero en efectivo. Un sobre que recibía en mano por parte del mediador de un viejo conocido. El corredor italiano de "Fórmula 1", Alessandro Capobianco. Debía pagar con puntualidad para mantenerse a salvo del chantaje de ella.
* * *
Sábado, 7 de Marzo del 2015, 16:30h
Samuel había quedado en el parque con unos amigos, cerca de su casa, para jugar al fútbol. Entre ellos estaba Aarón.
El amigo de Samuel se le acercó con temor, no podía olvidar el odio con el que lo amenazó, el día que pelearon en la escuela. Samuel le había prometido a su madre que lo solucionaría, y ese era su objetivo.
- Lo siento, Aarón. Siento lo que ocurrió. Me golpeaste con el borrador, me hiciste daño, pero no debí decirte aquello. Eres mi amigo, jamás te lastimaría.
Los dos muchachos se chocaron las manos y se dieron un sutil abrazo. A esa edad, las muestras de afecto eran considerables, pero ya empezaban a manifestarlas con un tanto de represión, sobretodo entre los chicos, no era de hombres darse grandes achuchones y besitos. Aún así, al instante, ambos se revolcaron por el suelo, peleando alegremente, sin rencor, participando en un ritual de violencia contenida, una contienda de verdadera amistad.
Samuel marchó orgulloso por recuperar la complicidad con su mejor amigo, y al llegar a casa le explicó a su madre lo sucedido.
* * *
Susan había vuelto a quedar con Lisa. Se besaban y acariciaban con frenesí en la cama. La banda sonora de "Moulin Rouge" y el incienso de cáñamo envolvían la habitación de Lisa. En la cama, ambas gozaban de sus cuerpos, de su libertad, del sexo sin condiciones, de una relación sin ataduras.
* * *
George también disfrutaba del sexo, ella se llamaba Marjorie, tenía veintitrés años. La había visto en fotos, derramando dulces líquidos sobre su cuerpo, en la página web donde promocionaba sus servicios. Esa tarde la llamó y quedó con ella en el hotel de siempre.
* * *
Carl Bay observaba las fotografías de las escenas de los crímenes del caso de las justicieras, esos falsos suicidios, donde un pederasta tras otro había acabado con la bala de una "Wildey Survivor" de imitación, en la cabeza. La investigación le había llevado a dos conclusiones; las asesinas eran dos mujeres, y no iban a parar jamás mientras dispusieran de las herramientas necesarias para perpetrar sus crímenes. Objetivos, lamentablemente, no les faltarían nunca.
En el fondo, se alegraba ligeramente de esas muertes, odiaba a ese tipo de engendros. Él era padre de una niña de doce años. Le revolvía el estómago la existencia de esos hombres perturbados y crueles. Pero debía atrapar a esas justicieras, era su trabajo, no creía en la justicia tomada por la propia mano civil. Pensaba que era causa del caos, y se sentía en la obligación de imponer el orden preestablecido.
* * *
Margarett Strauss observaba una fotografía de sus hijos, George y Michael. Lucían idénticos, los dos morenos, de ojos miel. Jugaban en el patio de la escuela. La abuela de Samuel y Susan lloraba apretando aquel recuerdo contra su pecho. No podía soportar ver a su nuera. No podía concebir la decisión de su hijo George, casarse con la viuda de su hermano gemelo. Sobre todo por el hecho de que ella sospechaba que la muerte de su hijo no fue tal y cómo le informaron, y siempre presintío que Amanda estuvo involucrada en el asesinato de Michael.
